Categoría: Creación
Mis intentos creativos que no se refieren a la música
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Oscar González Loyo
Durante esta temporada de temor y muerte generada por el COVID 19, he resentido algunas pérdidas que me han causado un gran dolor. Hace unos días me llegó la noticia de una muerte que me afectó mucho, la de mi amigo Oscar González Loyo. Aunque al parecer él no fue víctima de la pandemia, sí se sumó a esta oleada pavorosa que ha enlutado tantos lugares. A Oscar lo conocí mientras estudiábamos en la Escuela Nacional de Artes Plásticas a finales de los 70s del pasado siglo. Yo había llegado a la carrera de Diseño gráfico un poco por curiosidad y otro poco para no cancelar mis estudios, para seguir adelante en mi intención de dar a mis padres la satisfacción de tener un hijo universitario. Pronto me percaté de que algunos de mis compañeros tenían muy claras sus metas académicas, que estaban ahí por convicción y conocimiento. Oscar era uno de ellos. Además de sus facultades innatas para los temas de representación gráfica, contaba con el apoyo decidido de su padre, un profesional del dibujo comercial que gozaba de gran reconocimiento en el ámbito mexicano de las historietas gráficas populares, ahora conocidas de manera generalizada como cómics. Era el creador, junto con otra persona cuyo nombre no recuerdo, de uno de los casos de mayor éxito en la historia de esta forma de entretenimiento, la bruja Hermelinda Linda. El señor Oscar González Guerrero era un ejemplo y un apoyo incondicional para mi amigo. Lo animaba a desplegar toda su imaginación y creatividad sin ningún tipo de restricción, quizá tan sólo en ciertos aspectos morales. Oscar nos deslumbraba a todos los demás alumnos por su facilidad y seguridad al trazar, al componer y plantear sus objetivos artísticos. Rápidamente se convirtió en el líder de un pequeño grupo compuesto por Alfonso Sánchez, Raúl Morales y otro Alfonso, este de apellido Samaniego quien, por cierto, también murió ya. Los invitaba a su casa, en Ciudad Satélite, al norte de la Ciudad de México y ellos nos relataban extasiados a los demás la manera como los trataba el señor Oscar y su esposa. En una ocasión, al verme entusiasmado con estas referencias, mi amigo me invitó a unirme a ellos y pude conocer su morada y parte de su vida. Él era hijo único; sus padres lo adoraban y lo complacían de una manera muy inteligente, a cambio de que él se comportara, en todas sus actividades, de manera responsable y respetuosa. Le sugerían de manera firme que fuera amable y humano con todos los seres que lo rodeaban, esto incluía a las personas, los animales y las plantas. Su casa me pareció hermosa y el sitio en que estaba ubicada maravilloso, lleno de áreas verdes, árboles, prados, desniveles casuales que creaban un ambiente natural y relajante. En un extremo de la estancia principal, subiendo una pequeña serie de escalones, estaba ubicado el estudio en el que trabajaba mi compañero de clases. Tenía un enorme restirador, una gran mesa de trabajo, libreros atestados de maravillosos ejemplares tanto en inglés como en nuestro idioma, libros de arte, manuales de dibujo, enciclopedias y muchos cómics. Tenía una televisión, una videocasetera, un equipo de sonido, muchísimos discos, cassettes de audio, video cassettes, materiales y equipo para dibujar, en fin, el paraíso en la tierra para cualquier aspirante a diseñador. A pesar de su evidente posición de privilegio, nuestro compañero Oscar se mostraba sencillo y amable con todos los compañeros del grupo. Él encarnaba tres de las cualidades que a algunas personas les parecen determinantes: tenía dinero, era talentoso y era una buena persona. En la clase de dibujo (así como en todas las otras clases prácticas) siempre se destacaba, realizaba los ejercicios con agilidad y precisión, de hecho más bien daba la impresión de que las clases le quedaban pequeñas. El profesor, de nombre Jorge Novelo, lo felicitaba constantemente y lo trataba de motivar para que llevara aún más lejos sus dotes expresivas, para que no se conformara con los resultados que obtenía de manera fácil, sino que buscara maneras novedosas y creativas de realizar sus obras. No era Oscar el único que mostraba talento sobresaliente, estaba también Jesús Moreno y un par de alumnas cuyo apellido se me escapa, eran María Antonieta y Nuria. Pero Oscar era, por mucho, el más aventajado, al menos ante los ojos de los aprendices modestos como el que esto escribe. Y sucedió que en una ocasión, cuando presentamos una secuencia de ilustraciones con las que tratábamos de narrar una historia, o sea algo así como una historieta, lo que era la especialidad de Oscar, fuimos testigos de una especie de confrontación entre el profesor y el alumno sobresaliente. Hasta donde recuerdo, el maestro Novelo le pedía que tratara de realizar dibujos menos “estereotipados”, que tratara de apartarse de ese estilo un tanto infantil y buscara una representación más realista, menos complaciente, quizás menos infantil y cándida. Esto pareció no agradarle a Oscar, de pronto estábamos presenciando una faceta que no conocíamos de él, se sentía cuestionado y eso le causaba conflicto. Se negó a aceptar las sugerencias del maestro y le dijo que cada quien tiene su manera de expresarse, que ese era su estilo y no pensaba cambiarlo, que si el profesor notaba alguna falla en cuestiones de proporción, alguna vacilación en el trazo, alguna tachadura, cualquier falla técnica, se lo indicara y él lo aceptaría, pero en lo que no estaba dispuesto a ceder era en su estilo, porque eso era parte intrínseca de él, era su personalidad y eso no lo iba a negociar. Más o menos en ese sentido se dio la controversia. A partir de ese día se produjo una especie de rompimiento entre Oscar y la Escuela. A partir de esta diferencia entre él y el profe Novelo (no me enteré o no lo recuerdo, pero es probable que se haya dado también con algunos otros profesores), Oscar comenzó a declararse incómodo, declaraba, o daba a entender, que el sistema de enseñanza de esa escuela lo estaba incomodando. Asumió una actitud de rebeldía estética que los integrantes de su pequeño grupo respaldaban y alimentaban. Se convirtió en algo así como un guerrero que luchaba en pro de la expresión del dibujo de historieta ingenua. Hasta donde yo puedo recordar, la mayoría de maestros no encontraban motivos para cuestionar sus trabajos, a fin de cuentas presentaba proyectos de gran calidad técnica, con puntualidad y limpieza. Pero a mi me daba la impresión de que mi amigo se había quedado con la espina que le clavó el maestro Novelo al cuestionar sus alcances expresivos, porque constantemente estaba justificando la técnica y características específicas de los dibujantes que a él le parecían los más sobresalientes quienes, por cierto, eran casi todos ilustradores de cómics, o de películas animadas, por ejemplo de los estudios Disney. No perdía oportunidad para argumentar, con ejemplos que nos mostraba en libros, casi siempre de procedencia extranjera, la excelsitud de esos a los que él consideraba grandes artistas y que seguramente lo eran y lo son. Los varios dibujantes que hacían Spiderman, Superman, Batman, el ejército de ilustradores de Disney, de Hanna Barbera, etcétera. También nos mostraba trabajos de artistas europeos, latinoamericanos y mexicanos, casi todos dedicados al cómic o a la expresión fantasiosa juvenil o infantil. En algún momento yo llegué a la conclusión (seguramente errada) de que eso, el hecho de que se sintiera cuestionado, sumado al hecho de que ya estaba trabajando como profesional del dibujo para algunas editoriales, lo fueron convenciendo de que él no tenía nada que hacer en ese lugar y en un momento dado decidió renunciar a la carrera. Pudieran haber sido otras las razones para este abandono, pero yo no las conozco porque sencillamente yo había desertado antes que él. Fue durante el tiempo en el que, con mis amigos, logramos hacer crecer la ilusión de nuestra banda de rock llamada Perro fantástico. Estábamos convencidos (al menos yo) de que la agrupación tenía un enorme potencial para llegar a alturas respetables y que para lograrlo se requería de toda nuestra dedicación. Fue esta la causa de que decidiera abandonar la Universidad, a la cual regresé (un poco con la cola entre las patas) tres años después. Por diversas razones (la principal de ellas siempre fue mi admiración hacia él) nunca perdí la pista a mi amigo. Siempre estuve al pendiente de su trayectoria. Me enteré de su crecimiento como dibujante y vi cómo fue escalando en el ámbito de la ilustración de cómics en México. Supe que le habían asignado la creación de revistas como Parchis, Chabelo y otras más, entre ellas la adaptación para nuestro país de Los Simpson. Además de todos los proyectos para los que se comprometió, creo yo que principalmente por razones de conveniencia económica, su mayor entusiasmo estaba dirigido a sus propias propuestas, y de éstas, la que más lo emocionaba y ocupaba era una historieta a la que llamó Karmatrón. Oscar solía comentar que, al igual que muchos niños y jóvenes en nuestro país, durante cierto tiempo había practicado el karate y había alcanzado un buen nivel. Seguramente esto lo encaminó por el camino de las culturas y filosofías orientales, ya que era muy común en él hacer referencias a prácticas espirituales de India, China, Japón, Tíbet. Era un gran admirador de la cosmovisión de esos pueblos, del respeto que profesan a la vida en general, la sencillez y la humildad, así como de sus prácticas para alcanzar el equilibrio entre cuerpo, espíritu y mente, como la meditación y el yoga. Él llevaba todo esto aún más allá y lo combinaba con el estudio y admiración hacia las culturas tradicionales prehispánicas. A través de una constante revisión de estos temas e influenciado por algunas otras ideas, llegó a la conclusión de que todas esas culturas milenarias tenían algo en común: su origen o inspiración extraterrestre. Para él era más que evidente que civilizaciones mucho más avanzadas que la nuestra, llegadas de otros planetas o de otros planos cósmicos, habían intervenido de diversas maneras en la historia de de algunos pueblos milenarios cuyas obras son inexplicables de otra manera. A la menor provocación, nuestro amigo se encendía y nos recetaba largas disertaciones sobre estos asuntos. A veces reforzaba esas exposiciones mediante su mejor recurso, el dibujo. Nos mostraba esquemas, bocetos e ilustraciones con diferentes niveles de detalle para convencernos de sus razones. Nosotros nos dejábamos convencer por él porque era casi imposible no hacerlo, su elocuencia y convencimiento eran contagiosos. Me imagino que fue con ese afán un tanto pedagógico que decidió crear esa historia que se convertiría en su mayor apuesta creativa, me refiero a Karmatrón. La referencia a esta historieta en wikipedia dice, entre otras cosas, que es un cómic que cuenta las aventuras de un coloso de 100 metros de altura protegido con una armadura mística que defiende al universo de las fuerzas del tiránico emperador Asura del planeta Metnal y del Amo de las Tinieblas, para lo que cuenta con la ayuda de los guerreros kundalini y de los Guerreros Estelares (poderosos robots con sentimientos; también conocidos como los Transformables. El protagonista principal de la historia es un humanoide extraterrestre de nombre Zacek, quien posee un cinturón que le permite transformarse en el poderoso gigante metálico Karmatrón. Al igual que a todos los creadores, a Oscar lo ilusionaba mucho el hecho de que su esfuerzo fuera reconocido por un gran número de personas; quería que su invención se hiciera muy popular. Al igual que a ciertos artistas, a él le producía frustración (no puedo decir con qué intensidad) el hecho de que esa gran popularidad no se produjera. Su propuesta alcanzó el reconocimiento y admiración de muchas personas, pero nunca llegó a ser considerado un éxito. Todo esto ocurría mientras mi amigo transcurría la edad de entre treinta y cuarenta años. Durante ese tiempo yo dejé de mantener contacto con él, tan solo me enteraba de sus logros de manera lejana y muy ocasional. Así pasaron varios años más, hasta que las nuevas modalidades de comunicación traídas por la cibernética me permitieron estar de nuevo en contacto con él. Esto ocurrió, específicamente, a través de Facebook. Al retomar el contacto (aunque fuera a distancia) con mi amigo de juventud pude percatarme, a través de los mensajes que publicaba que, al igual que a muchas otras actividades, a la industria de la historieta impresa la estaba golpeando el arribo de las publicaciones digitales. De manera vehemente, tal como él solía siempre hacer las cosas, Oscar invitaba a todos los navegantes del Facebook a que consumieran historietas impresas, específicamente a que compraran su Karmatrón. Daba adelantos de los plazos en los que estaba previsto que se harían las probables reimpresiones. Para ese momento ya habían pasado varios años desde que la editorial que la lanzó no la imprimía más. De las cosas que pude observar en ese reencuentro a distancia con mi amigo, hay dos que mencionaré ahora porque me parecieron notables. La primera de ellas es que pude constatar la capacidad que Oscar siempre mostró para seducir gente. A través de su propio convencimiento sobre las ideas que manejaba, podía hacer sentir a muchos de sus interlocutores que estaba hablando acerca de verdades profundas e irrebatibles, aun cuando algunas de ellas carecieran de lógica o de comprobación, por ejemplo sus afirmaciones acerca de seres extraterrestres. En varios de sus múltiples seguidores en Facebook pude notar una confianza que rayaba en la fe. Casi cualquier tema que él exponía era aceptado de manera sumisa por sus seguidores. La segunda fue algo que noté que, por algún motivo, me había pasado desapercibido o simplemente no lo había valorado: su enorme capacidad de trabajo. Pude observar cómo, además de los proyectos en los que estaba comprometido y de los que compartía avances, se daba tiempo para hacer extensos comentarios acerca de diversos temas. Invitaba a sus seguidores a seguirlo en conferencias o charlas, ya sea presenciales o a través del internet. Compartía invitaciones o grabaciones de esas charlas o entrevistas que le hacían en diversos medios. Junto con un grupo de dibujantes que se congregaron a su alrededor y crearon un equipo de trabajo (comandado por Oscar) que asumió por nombre ¡Ka-boom!, ofrecía consejos técnicos a modo de talleres, a los interesados en seguir la senda de la expresión gráfica. Colocaba diversas fotos y comentarios acerca de temas de su vida cotidiana, su esposa, sus padres, sus perros, su casa, su taller, sus películas favoritas, sus preocupaciones ecológicas, sus recomendaciones morales y muchas cosas más. Cualquiera podría pensar que todo eso que compartía era pensado por él pero realizado por un equipo de ayudantes, pero quienes lo conocíamos sabíamos que no era así, que una de sus características siempre fue esa enorme capacidad de producción. Yo lo había olvidado y al reencontrarlo en Facebook lo recordé. Para terminar este apunte quisiera expresar una reflexión acerca de este personaje singular al que tuve la fortuna de conocer y que influyó en mi vida de diversas maneras. A él, como a cualquier otra persona, se le podrían encontrar defectos y hasta escatimarle logros, pero algo que sería difícil rebatir sería su enorme bondad y su extraordinaria generosidad. Siempre estaba dispuesto a hacer el bien, era una de esas personas que uno nota que quisieran tener mucho más solo para poder dar mucho más. Procuraba siempre expresarse con respeto de todos, aún de aquellos con los que no estaba de acuerdo. Era un amante sincero de la naturaleza y expresaba con total convencimiento su respeto y admiración por todas las formas de vida. Era un hombre espléndido, en el sentido que damos en México a este término, o sea, alguien que no escatimaba ningún esfuerzo o recurso para complacer a quienes estimaba. Muchos años atrás, en una plática casual que yo sostuve con él, le comenté acerca de mi interés por un autor al que había oído mencionar, su nombre era Carlos Castaneda. Él de inmediato me dio referencias pormenorizadas acerca del escritor y de uno de sus libros intitulado Las enseñanzas de Don Juan. Me dijo que me recomendaba mucho esa lectura, que en ella iba yo a encontrar una gran cantidad de conceptos muy interesantes. Dado el caso de que nos encontrábamos en su casa, me pidió que esperara un momento, se levantó y sacó de un librero un ejemplar del libro, el que él había leído. Me dijo: ten llévatelo, te lo regalo. Yo aún le dije que no, que se me hacía muy mala onda que se deshiciera de su libro para dármelo, pero él insistió. Me dijo algo así como: es que esta lectura te está buscando, yo no soy sino el intermediario. Llévatelo por favor. Y ya no me rehusé. Yo sabía que él estaba convencido de lo que me había dicho, pero también sabía que en el fondo de ese acto estaba esa cualidad que siempre lo acompañó, esa generosidad que se le desbordaba, que lo rebasaba, porque era ante todo un hombre espléndido. -
La ventana
Aquí dejo este relato que escribí hace poco más de tres décadas. Espero sea del agrado de quien llegue a leerlo.
Llevaba ya un buen rato observando a las personas y los autos que pasaban con paso amodorrado por la avenida. Su casa estaba casi en la esquina que formaba esa importante vía con una calle modesta. Desde la ventana de su cuarto podía contemplar lo que ocurría en ese río de gente, autos y humo que, como a eso de las seis de la tarde, se tornaba muy revuelto.
Le agradaba sentarse ahí, como a medio metro de la ventana, para poder ver sin ser visto.Organizaba para sí mismo juegos imaginarios en los que ponía a prueba su memoria y las facultades de las personas o los autos, que jugaban, sin saberlo, para él.
Escogió a una muchacha de unos dieciséis años de edad que venía caminando por la acera y la siguió con la mirada. Su contrincante sería un un hombre de avanzada edad que caminaba penosamente desde el lado opuesto. Quien pasara primero frente a su ventana sería el ganador. La competencia le parecía justa: la chica tendría que recorrer casi el doble de distancia que el anciano, pero su juventud le otorgaba una gran ventaja. Todo indicaba que esta prueba sería emocionante.
Contra su voluntad, él, amo y señor de estos juegos, casi siempre terminaba por inclinarse hacia un competidor y desde su ventana, en ese segundo piso, lo apoyaba dando gritos de aliento con el pensamiento: “¡apúrese señor, que le ganan! ¡Unos cuantos metros más, no se distraiga, dedíquese a lo suyo!”
La muchacha, con zancada firme, sería la ganadora inevitablemente, todo era ya cuestión de unos cuantos pasos. Mas, de pronto, se detuvo y volteó hacia atrás como si alguien la hubiera llamado, después volteó hacia la ventana y se quedó mirando como tratando de traspasar el reflejo que le oponían los cristales.
Carlos se sintió descubierto, pero recordó que no podía ser visto tras la pantalla que formaban los cristales de su ventana. Desvió la vista un instante y observó al anciano cruzar la meta imaginaria. Sintió un placer quisquilloso y sonrió satisfecho porque, una vez más, había ganado su favorito. Siguió al hombre unos segundos hasta que pasó a un lado de la chica que aún estaba empeñada en ver qué había detrás de esa ventana. Se sintió desnudo. Pensó que había sido descubierto y rápidamente corrió la cortina de un solo tirón, permaneció un momento totalmente quieto, sin respirar siquiera hasta que, al fin, se decidió a asomarse por una pequeña rendija en una costura de la cortina. Se acercó poco a poco, cerrando el ojo izquierdo y comprobó que la muchacha se había marchado.
Se puso una chaqueta y salió de su habitación. Bajó las escaleras metálicas muy deprisa y salió a la avenida. Esquivó los carros que pasaban lentos e indiferentes, llegó a la acera de enfrente y se colocó frente a su ventana. Era como cualquier otra, reflejaba la luz que pegaba en sus cristales, salvo en ese pegote que tanto lo enorgullecía, aquella calcomanía de los Rolling Stones en la esquina inferior derecha que era totalmente opaca. No, definitivamente no había posibilidad de que lo vieran desde aquí, sobre todo porque él se sentaba a una buena distancia detrás de los vidrios para asegurarse, aún más, de no ser visto. No podía haber sido descubierto. Seguramente se trataba de una extraña coincidencia. Trataría de olvidar ese incidente.
Ahí está una vez más inventando juegos. Se apasiona con los finales cerrados. Seguro de su invisibilidad se estira de momento, escucha el radio y observa a la gente pasar desde su ventana. Acaba de concluir una competencia de autos. Los vochos siguen siendo los amos; totalizaron 36 mientras los Datsun solo llegaron a 19 en esos quince minutos que duró la contabilidad. No fue un enfrentamiento tan interesante como esperaba, la siguiente vez mejor probaría a los vochitos contra la poderosa línea Ford completa. Sale de su cuarto y regresa con un refresco, cierra la puerta, camina a su silla y cuando se sienta y voltea hacia afuera lo primero que ve es a la chava de hace unos días.
Se queda atónito.
Ella está volteando hacia acá, hacia él.
Pero si ya hasta la había olvidado.
Lo observa directamente a los ojos.
Está paralizado.
Se queda ahí durante un tiempo infinito.
Su boca seca.
Parece que ni siquiera parpadea.
Como si hubiera visto un fantasma.
Escudriñando su ventana.
Deja el refresco en el suelo y sale a toda prisa. Esquiva los carros temerariamente y llega al lugar donde ella debiera estar, pero no está más. Voltea a la derecha y nada. Voltea a la izquierda y la ve caminando a lo lejos. Corre con todas sus ganas. En el cruce casi lo atropella un carro pero él ni cuenta se da. Tropieza y choca contra peatones que lo ven con sorpresa y le gritan algunas ofensas. Por fin la alcanza, aminora la marcha y se empareja con el paso de ella. Voltea a verla y le dice hola, con voz agitada, cuando se percata de que no es la chica que buscaba, se trata de una señora joven que voltea a verlo con extrañeza.
He estado viendo televisión durante más de cuatro horas. Ya me llamó la atención mi madre, dice que me voy a quedar tonto. Ya me trajo una taza de chocolate y unos panes Marinela, de esos que nunca me han gustado. He estado buscando en uno y otro canal algún programa suficientemente interesante para verlo completo y no lo he encontrado (¡chingao! ¿quién será esa muchacha?) Desde los Cachunes hasta los Estarquis, pasando por los noticieros y alguna película vieja (¿será mi imaginación?) Ya vino mi padre a dar lata, que ya acuéstate a dormir, que mañana no vas a querer levantarte, que como tú no pagas la luz (cómo se llamará?) Y yo: ya voy, ya voy, es que está bien interesante esta película (¿dónde vivirá?) ya mero termina (¡Quién chingados es esa chava!)
La he soñado. La he visto caminar hacia mi ventana y, con la extraña lógica de los sueños, estar de pronto frente a mí. Yo la tomo de los hombros y la sacudo. Ella no deja de observarme directo a los ojos. Me acerco a ella y veo sus labios carnosos que me atraen, pero de pronto me doy cuenta que es la señora a la que di alcance hace unos días y me dice: “dígame joven ¿se le ofrece algo?” Pero no abre la boca al hablar. De pronto es mi mamá que me sacude y me dice: ¡qué tienes Carlos! Pero no abre la boca al hablar y no cambia su gesto escudriñador. La he soñado corriendo entre la gente, huyendo de mí. Yo corro atropellando ancianos, niños, señoras y nunca la alcanzo. He llegado a tenerla a unos centímetros de mis brazos que estiro para tocarla y no la toco.
He querido verla de nuevo. Me pongo al pie de mi ventana violada por ella y observo a toda la gente que pasa. La he confundido momentáneamente con otras chicas. He esperado horas y horas y no ha vuelto a pasar. Al menos ante mi vista. He bajado a pararme en la esquina como quien espera a su novia y ha sido inútil. No he vuelto a verla.
Carlos terminó de hacer su tarea de Física, esas fórmulas y términos raros ya lo tenían aburrido y cansado. Dejó la pluma y los libros sobre la mesita y se recostó en la cama. Hacía ya casi dos semanas que no se sentaba frente a su ventana a ver la avenida. Sentía que todos los que pasaban por enfrente sabían que él los observaba. Era una idea absurda y, sin embargo, no la podía superar. Ni siquiera había encontrado el valor para correr la cortina, se sentía totalmente expuesto, descubierto. Y todo por culpa de esa chava que tenía el don de traspasar con la mirada el reflejo de los cristales. Seguramente lo había visto ahí, como tonto, emocionarse y casi saltar del asiento cuando aquél viejecito ganó la competencia, y después lo había visto quedarse con cara de estúpido al toparse con su mirada horadadora. Pero… ¡Qué caray! Él no era un chamaco estúpido que se dejaría amedrentar fácilmente y, si una muchacha tenía esa cualidad de ver a través de los cristales, las otras personas no, así que, armándose de valor, corrió la cortina y se sentó a ver a los transeúntes una vez más.
Ella venía sentada en ese camión de la Ruta 100 que la dejaba muy cerca de su casa sin tener que tomar otro autobús, como lo hacía antes. No tenía para qué moverse de su asiento desde que se subía, frente a su escuela, hasta que cruzaba el Eje 4. Ahí, cerquita, estaba su domicilio. Pero hoy quería pasar de nuevo por la avenida Altavista. Quería ver de nuevo la ventana.
Después de unos minutos de observar a la gente Carlos se sintió seguro una vez más. Nadie podía verlo en su guarida, a excepción de esa chava que, seguramente no volvería a pasar más por aquí. Se había tratado de una coincidencia que difícilmente se repetiría, así que empezó el conteo…
Se bajó del camión y comenzó a caminar por la calle Russell, eran sólo dos cuadras antes de llegar a la avenida. Le parecía extraño que ni siquiera su maestra le hubiera podido aclarar qué significaba eso. Lo más probable, pensaba, es que había visto mal y no había sabido explicar con precisión. La distancia a la que tenía que colocarse hacía muy difícil la labor; se veía obligada a tratar de enfocar desde la acera lejana, porque si se ubicaba justo debajo del edificio la perspectiva no la favorecía para ver con claridad. Pero hoy iba decidida a fijarse con atención aunque se tomara un poco más de tiempo, para no volver a dudar y describirlo con detalle.
…Han pasado 27 vochos y 24 Fords, esta competencia está tan cerrada e interesante como él había esperado. Aquí va pasando otro vochito y otro, y otro más, siempre van en grupos. Ahora pasa un Mustang, se ponen 30 a 25 y el semáforo los ha detenido. Momento para ir rápidamente por algo refrescante al refri. Regresa y se acomoda de nuevo, está llevando la botella de refresco a la boca cuando la ve. Ella lo está observando detenidamente, hasta parece que lo estudia. La botella de refresco se ha quedado a unos centímetros de su boca abierta. ¡Vaya gesto de bobo!
Se detuvo frente a la ventana y lo vio. Lo miró con atención: “Ahí está. Yo tenía razón. Es como se lo expliqué a la maestra. ¿Por qué no pudo ayudarme? Ahora sí lo voy a memorizar muy bien y llegando a casa me ayudaré con el diccionario de mi papá”
A ver… Get Yer Ya-Ya’s Out!
Ella nunca entendió porqué de pronto estallaron los cristales de esa ventana en mil pedazos y apareció ese joven, levantando una silla con las manos y los brazos ensangrentados, gritando desde el hueco que dejó la ventana destrozada: “¡Aquí estoy… mírame bien… me has derrotado..!”
Recuerda que le pegó un gran susto y que se alejó corriendo de ahí. Prometió no volver a desatender los consejos de su abuela, quien siempre le ha dicho: no le busques tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro.
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El proceso de “Axtlán”
He estado recordando los días en los que llevé a cabo la grabación de mi álbum musical “Con rumbo a Axtlán” y el proceso que seguí para realizarlo. Como ya lo he referido en otras partes, esta serie de rolas las compuse a partir de la lectura de varios libros de Carlos Castaneda, la saga de Las enseñanzas de Don Juan, en la cual el autor narra de manera acuciosa y muy entretenida la manera en que fue guiado para convertirse en brujo de la antigua tradición mexicana.
Esas lecturas dejaron en mí una honda impresión. Me mostraron que hay varias maneras de apreciar la realidad. La veracidad o no de lo que ahí se narra es algo que para mí pasó a segunda importancia, lo principal fue concebir la posibilidad de un mundo mágico que podría estar coexistiendo con el nuestro. Un universo en el que las cosas tienen otros límites, otros sentidos. La historia en general fue para mí un alud de ideas que exaltaron mi imaginación.
Comencé por subrayar algunos párrafos que me parecieron especialmente interesantes. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que era ya una cantidad bastante considerable de anotaciones y que, casi sin proponérmelo, había logrado hacer una especie de prontuario de los conceptos que más me habían impresionado. Entonces me di a la tarea de anotar en un cuaderno todos esos fragmentos. Después, me puse a clasificarlos por temas y, de pronto, ahí estaban ya los temas que podrían servirme para realizar una serie de canciones.
Mi idea inicial fue crear una especie de ópera rock a la manera de lo que hicieron The Who con Quadrophenia o con Tommy o lo que hicieron The Kinks con Preservation. Tenía la ilusión de producir un espectáculo musical que fuera presentado en un teatro, en el que se fuera narrando la historia a través de escenografías, luces, actuación e interpretación musical. Tenía muy claro en mi mente los motivos gráficos, los diálogos, los tiempos narrativos, la ejecución musical. Todo. Al mismo tiempo me iba resignando y entendiendo que en realidad ese plan estaba muy fuera de mis posibilidades, pero cuando menos (me dije) podría intentar hacer un proyecto sonoro, o sea grabar un álbum con las canciones que dan cuenta de la historia.
Para evitar algún tema por cuestiones de derechos de autor rehice la historia a mi manera. Aunque en ningún momento menciono nombres de personajes, generé mis propios caracteres y traté de que el resultado final fuera un relato diferente, sin dejar nunca de mencionar la obra en la que está inspirado.
Durante varios meses fui dando forma a la idea. Comencé por hacer bocetos musicales con mis modestos medios: una guitarra, un pequeño teclado electrónico Casio y una grabadora sencilla. Lo que obtuve fue una serie de canciones muy sencillas, algunas con mejores características musicales y líricas que otras, pero todas muy bien ubicadas en el concepto y el discurso que tenía en mente.
Pasaron las semanas y los meses y finalmente logré acumular una cierta cantidad de dinero a finales del año 2003. No mucho, tan solo lo suficiente para acudir a un pequeño estudio ubicado en Tlacotepec, un pueblo en las afueras de Toluca, y logré llegar a un acuerdo con Adán, el dueño y operador del estudio.
Pedí la ayuda de algunos amigos para hacer la ejecución de las piezas y emprendimos el proceso de grabación. Los participantes fueron: mi sobrino Fernando Medina en los teclados; Diana Valdés, una chica amiga de él, en el bajo; Daniel González, un conocido de mi sobrino, se encargó de la guitarra en las primeras tres canciones y posteriormente me ayudó mi amigo Manix (Manuel Murillo) y otro amigo mío llamado Gerardo Manrique en ese mismo instrumento. Yo me encargué de la batería y la voz.
Como era de esperarse, no faltaron los obstáculos de varios tipos, los problemas que fueron surgiendo en el proceso: limitaciones técnicas y económicas, crisis de compatibilidad, deserciones, falta de compromiso y una serie de factores más. Sin embargo, logré seguir adelante hasta que finalmente pude tener en mis manos el producto terminado.
Quedé satisfecho a secas, más bien, me conformé con lo que pude lograr. El producto no me desagradó del todo pero me quedó el sentimiento de que pudimos haber hecho algo mejor. Posteriormente, al cabo de unos cuatro o cinco años, quise solucionar las deficiencias de sonido que le encontraba y acudí con un tipo llamado Yafet, quien manejaba un estudio de grabación y me fue recomendado porque, según me dijeron, tenía un buen oído para grabaciones de rock. Escuchó mi disco y me prometió que lo podría potenciar mucho mediante una mejor ecualización de la batería y el bajo. Me convenció e hicimos trato. Al cabo de algunos días me entregó el producto de su trabajo que, a pesar de que hizo un buen esfuerzo, no alcanzó la mejoría que me prometió. Así que dejé por la paz mi proyecto como algo que imaginé con alcances mucho mayores y que realmente no logró despegar mucho. Pese a todo, a que no me satisfacía por completo, no lo encontraba tan mal. Me convencí de que era un buen intento y un buen recuerdo.
Pasaron los años y llegó el fatídico 2020, con la epidemia de COVID, con las varias muertes, con el miedo generalizado y el confinamiento atrofiante. Durante ese impasse forzado hubo quienes tuvimos la fortuna de no enfermar y buscábamos la manera de mantenernos activos y ocupar el tiempo de diferentes formas. Esto llevó a mi hijo a retomar el no tan logrado intento musical de su padre y tratar de mejorarlo mediante los conocimientos y técnicas musicales y de grabación que había adquirido.
Al cabo de algunas semanas me presentó el resultado y, sinceramente, considero que le dio un muy buen impulso. Hizo una labor minuciosa y muy profesional. Los instrumentos se perciben de manera muy firme cada uno por su lado, y el sonido conjunto es muy armonioso y consistente. Él por su propia cuenta se dio a la tarea de rehacer algunas ejecuciones deficientes de diversos instrumentos y, además de todo, ajustó el sonido de cada pieza para que el álbum tuviera una consistencia de principio a fin. En fin, estoy más que contento con el resultado.
Mis canciones pueden ser buenas, puede que no lo sean, pero cuando menos van a poder ser escuchadas con un sonido muy cercano a lo que yo imaginaba desde aquellos lejanos días en que las concebí.