Categoría: Musika

Cosas que tienen por tema principal la música.

  • Fuimos fantásticos

    Fuimos fantásticos

    “Pasajeros con destino al infierno, favor de abordar su nave por la puerta del excusado”, repetía una y otra vez Marcialoco, uno de esos personajes confusos y confundidos que, de manera un tanto inexplicable,  se habían ido agregando a las sesiones creativas del grupo, sesiones que a veces se convertían en borracheras. Ahí estaba este vecino, hasta hace pocos días desconocido para nosotros, parado a un lado de la puerta del baño, en notorio estado de ebriedad. Nosotros lo veíamos y celebrábamos la ocurrencia mientras degustábamos nuestra cuba, cómodamente sentados en un sofá desvencijado.

    A partir del día en que alquilamos esa casa de la calle Roma, en la colonia Metropolitana, podíamos darnos el “lujo” de echarnos nuestros alcoholes después de un buen rato de ensayo. Ocasionalmente acompañados por nuestros amigos, algunas amigas y a veces incluso por personajes cuyo origen desconocíamos. Estábamos viviendo nuestra fantasía de rock and roll.

    Nos considerábamos una banda afortunada, nuestros logros se iban acumulando y contábamos ya con nuestros instrumentos completos, con una considerable cantidad de seguidores y seguidoras, un reconocimiento cada vez mayor del nombre del grupo: “Perro Fantástico”, nuestra propia camioneta, a la que llamábamos la perroneta, y la mayor comodidad a la que podíamos aspirar: un lugar para ensayar. Era una construcción de dos pisos con sala-comedor y tres recámaras a la que bautizamos como “la perrocasa.”

    Ahí, en esa perrocasa, enclaustrados entre sus paredes cada vez más chorreantes de sonidos y sudores, navegando en una densa nube de cigarrillos Baronet, adormecidos por los vapores del ron Bonampaq o el brandy Viejo vergel, bañados por la lánguida luz de los focos de 60 watts, ahí compusimos y ensayamos las rolas que los chavos de Neza de aquéllos años (cuando el rock mexicano iba saliendo de la crisálida), adoptaron como propias y nos convirtieron en leyenda.

    Una leyenda quizás modesta y un tanto salitrosa, pero leyenda al fin.

  • Rock en familia

    Rock en familia

    La música ha sido muy importante para mí durante gran parte de mi vida. He dedicado horas y horas a escucharla, a tratar de dominar algún instrumento, a entender su lenguaje escrito, a coordinar esfuerzos con otras personas buscando ensamblar nuestras pasiones filarmónicas. He gastado dinero, tiempo y esfuerzo para satisfacer mis ansias, tanto creativas como de degustación. He tomado decisiones cruciales en las que mis actividades referentes a la música han sido el factor determinante. En fin, en muchos sentidos me he movido atraído por la música.

    Después de que Bárbara, mi ahora esposa, y yo decidimos unir nuestras vidas, continuamos formando parte de un conjunto con el que amenizábamos fiestas y eventos varios. Esto nos ayudó durante algunos años a satisfacer nuestras necesidades económicas, hasta que llegó un momento en el que ella decidió no continuar más, seguramente cuando resultó embarazada de nuestro hijo Guillermo. Posteriormente, al cabo de unos años más llegó a nuestras vidas nuestra hija Roxana y ese hecho amarró aún más a mi esposa en el hogar y borró cualquier posibilidad de que ella regresara a la vida de conjuntos y eventos. Sin embargo yo me mantuve aún activo durante varios años más. De hecho, tenemos algunas fotografías en las que se puede ver a mi hijo con una guitarrita de juguete parado a mi lado con pose de ejecutante mientras yo estoy tocando la batería en alguna fiesta.

    Posteriormente, de una manera casi desapercibida, me fui alejando de la actividad musical en conjuntos hasta que la dejé por completo. Así pasaron varios años en los que de algún modo me resigné a ser un escucha, más que un ejecutor. Por ese mismo tiempo, buscando un sitio más tranquilo para vivir, un lugar en el que nuestros hijos tuvieran una mejor calidad de vida, nos mudamos a la ciudad de Toluca y nuestra buena suerte nos permitió vivir en una bonita casa en la que gozábamos de gran tranquilidad y convivíamos muy armoniosamente.  Dicho con otras palabras, había llegado a la edad de la madurez, si no mentalmente, sí en cuanto a mi comportamiento y mis expectativas.

    La conexión y la convivencia que logramos como familia eran, sin exagerar, envidiables. Nuestros amigos nos lo decían, admiraban la forma en la que nos desenvolvíamos, siempre de manera armónica, siempre con cariño y respeto. Sin embargo, hacía falta algo que nos permitiera una convivencia más significativa, mi esposa y yo intuíamos que ir al cine, ir al parque a andar en las bicicletas, platicar historias y todo eso que era nuestra vida, pronto comenzaría a ser menos interesante para nuestros hijos, que estaban llegando a la adolescencia.

    Una tarde, Bárbara me comentó que le agradaría mucho realizar uno de sus anhelos musicales, que siempre se había sentido atraída por tocar el bajo en un grupo, no ya el piano como siempre lo había hecho, sino ese instrumento que le parecía tan poderoso e independiente. Yo le dije que sentía una inquietud similar. Que me gustaría tocar otra cosa que no fuera la batería, algo como la guitarra, a la cual muy seguido le rascaba las cuerdas sin ningún método y sin ningún objetivo. Y de pronto se nos iluminó la mente casi al unísono y pensamos que sería muy padre armar un conjunto en el que todos seríamos aprendices, todos estaríamos comenzando casi de cero: ella en el bajo, mi hijo Memo en la batería, mi hija Roxana (que era muy pequeña aún, tenía diez años) en la voz y yo en la guitarra. Tocaríamos un repertorio compuesto de canciones sencillas pero de nuestro completo gusto y nos ofreceríamos para ir a tocar a las convivencias familiares y de nuestros amigos. Esto último nos pareció la clave de todo el plan: ir a tocar solo por el gusto de tocar y convivir, sin esperar a cambio otra cosa que el beneplácito de la gente que queremos y nos quiere.

    Se los planteamos a nuestros hijos y ellos se mostraron fascinados con la idea. Así que a las pocas semanas ya habíamos reunido los instrumentos necesarios y comenzamos los ensayos.

    Inicialmente no sabíamos que nombre adoptar, pasaban muchos por nuestra mente pero ninguno nos parecía el indicado, hasta que en una ocasión a mí se me ocurrió que si íbamos a interpretar una colección de piezas emblemáticas de la historia del rock, nuestro repertorio sería algo similar a una galería en la cual, en lugar de contemplar cuadros y esculturas, se estarían presentando imágenes musicales. Para complementar la idea se me ocurrió que sería muy sutil y simbólico incluir la contracción del nombre de mi hija Roxana, así, el nombre compuesto sería La Galería de Rox. Una galería en la que estaríamos exponiendo piezas de la historia del Rock.

    Mientras íbamos incrementando nuestro repertorio, adquiriendo un mayor dominio de nuestros respectivos instrumentos y alcanzando un mejor acoplamiento, mi hijo Memo se interesó por la guitarra y comenzó a practicar ayudándose con tutoriales del internet. Su progreso fue sorprendente, al cabo de unos meses había alcanzado un nivel muy aceptable, de hecho, me había superado. En cuanto yo observé esa situación vi la oportunidad de que nuestro grupo diera un salto: como mi nivel en la batería era mejor que el de mi hijo, propuse un intercambio de instrumentos y el movimiento funcionó muy bien. Al cabo de pocos meses conseguimos una base rítmica más firme y una ejecución melódica más versátil y precisa. La verdad es que sorprendimos a propios y extraños. La formación entonces (que fue la que se mantuvo durante el tiempo que duró la banda) quedó así: mi hija Roxana en la voz y teclados, mi hijo Memo en la guitarra, mi esposa Bárbara en el bajo y yo en la voz y batería. La Galería de Rox.

  • Discos que me hacen viajar

    Discos que me hacen viajar

    Hace años, cuando aún no había cumplido los veinte, descubrí que la música no sólo consiste de sonidos y silencios, de melodías, armonías y ritmos; descubrí que hay música que se compone principalmente de sentimientos, angustias, explosiones de alegría, gemidos de tristeza, gritos de confusión, atisbos de esperanza.

    Descubrí la expresión del ser humano desde la profundidad del abismo a través de obras que desde la primera vez que las encontré me parecieron maravillosas. La genial inspiración de The Beatles, la rebeldía de The Rolling Stones, la rabia de The Who y el poder de Led Zepellin.

    A través del tiempo mi admiración por esos grandes artistas fue creciendo. Para mí, al igual que para muchos otros, la música de esas grandes agrupaciones significaba mucho más que los sonidos que podíamos percibir a través de las bocinas de nuestros equipos reproductores, mucho más que lo que estaba grabado en esos discos de vinil negro que tanto apreciábamos. Un disco de The Doors era, además de la serie de canciones, una especie de aceptación a formar parte de un club maldito. Un disco de Pink Floyd era un pasaporte a otros universos. Un álbum de Genesis era la graduación en la ciencia de escuchar rock.

    Recuerdo, por ejemplo, mi primer encuentro con esa inspirada obra de Ian Anderson y Jethro Tull llamada Thick as a brick. Me parecía increíble que un grupo de músicos pudieran tocar de manera tan profunda mi alma. Algunos pasajes de esa obra podían llevarme hasta las lágrimas (aún hoy, a pesar de los años y de haberla escuchado ya muchas veces, me sigue conmoviendo), el dulce sonido de la flauta de Anderson, respaldado por su guitarra acústica y una no menos inspirada guitarra eléctrica (Martin Barre), realzado por el órgano mágico de John Evan y todo sobre la firme base rítmica del bajo de Jeffrey Hammond y los tambores de Barriemore Barlow.

    Ya fuera acompañado por mis amigos o en la soledad, siempre me resultaba una experiencia muy agradable escuchar esa extensa rola que abarcaba ambas caras del LP (long play). El idioma no era obstáculo para disfrutar la bella música, de hecho, de alguna forma la voz de Anderson me transmitía ideas que probablemente no coincidían con el significado real, pero se generaba una verdadera comunicación. Como sea, me las arreglé para, con la ayuda de mi diccionario, traducir lo mejor que pude la letra y comprender de mejor modo el mensaje.

    Podría escribir una gran cantidad de referencias y recuerdos de las obras de artistas de rock que me han conmovido, pero estaría desviándome de mis propósitos al crear este espacio. Mencionaré, sin embargo a dos bandas que me parecen esenciales en la historia de la música de finales del siglo XX: Genesis y Pink Floyd.

    Cuando escuché por vez primera The lamb lies down on Broadway, quizás el mejor álbum de Genesis, no sabía de qué manera reaccionar, deseaba salir corriendo para llevar la nueva a mis amigos, pero a la vez quería seguir escuchándolo una y otra vez, con el tiempo hice ambas cosas. Ese disco conceptual doble con el que Peter Gabriel se despide de Genesis es digno de ser colocado entre las grandes creaciones artísticas de la historia del rock. Igualmente importantes son otras de sus creaciones, como las piezas Cinema Show, Firth of Fifth y I know what I like, del álbum Selling England by the pound; como Super´s ready, del álbum Foxtrot; Squonk, del álbum A trick of the tail y Afterglow, del álbum Wind and wuthering y otras más, muchas más. La trayectoria de esta singular banda debe ser recordada por todos los grandes momentos que aportaron a la música y no solamente por la parte final, en la cual el éxito y la fama terminaron por marear a los integrantes.

    Por otro lado, qué decir de Pink Floyd que no se haya dicho ya. Para mí, el primer encuentro con la obra de esta agrupación fue el álbum compilatorio Relics, el cual, a pesar de que no me encantó, me sirvió de acceso a otros pasajes creativos. Posteriormente fui descubriendo otras obras que me parecieron cada vez más excitantes hasta la llegada de la enorme obra The Wall. Éste álbum, si bien extraordinario, no es el que personalmente me gusta más, yo prefiero Wish you were here, Dark side of the moon, Animals y Atom heart mother, en ese orden. Adoro toooda la obra de Pink Floyd, incluso esas somníferas y pesadas rolas que de pronto nos receta Waters, pero podría mencionar entre mis canciones favoritas: Comfortably numb, Have a cigar, Time, Fat old sun, Sheep y See Emily play.

  • Siguiendo la huella

    Siguiendo la huella

    Durante algún tiempo de la contingencia generada por la pandemia de COVID 19, he estado practicando el piano. En realidad, he estado jugueteando con un teclado electrónico que usábamos cuando aún estábamos en activo con La Galería de Rox —el grupo de covers de rock clásico que organizamos con mi esposa y mis hijos— para tratar de ampliar un poco mis habilidades musicales en general.

    A través de los años he sentido que mi actividad musical en la batería (un instrumento de ritmo y tiempo) no me ha obligado a capacitarme más en aspectos básicos como melodía y armonía. Estoy consciente de que si hubiera tomado esto con mucha mayor seriedad y disciplina hubiera tenido que sumergirme en el mundo de las percusiones, hubiera tenido que dominar la batería mediante la lectura de notación musical, eso además de incluir entre mis compromisos el estudio de instrumentos como el xilófono y las campanas tubulares. Sin embargo no lo hice, de hecho, cuando intenté algo así (cuando contaba con veintitantos años) me planteé la disyuntiva de tomar la música como profesión principal o continuar con mi carrera universitaria de diseño gráfico, me decidí por lo segundo y desde entonces he vivido una especie de matrimonio infiel, estoy comprometido con el diseño pero mis pensamientos e ilusiones no se apartan por completo de la música.

    Cada vez que toco este tema con gente de mi confianza digo que me gusta mucho el diseño y, en general, las artes plásticas, pero que me siento mucho más capaz, con más facultades, en el ámbito de la música. Que cuando estoy ante personas muy dotadas para las actividades gráficas me siento cohibido, disminuido e inseguro; en cambio, es muy difícil que me sienta así cuando estoy entre músicos, aún cuando fueran de reconocido prestigio. Con un poco de preparación previa yo me sentiría con el ánimo para tocar casi junto a cualquier músico popular, o sea, siempre que no fuera indispensable leer una partitura.

    Este sentimiento es el que me hace dudar cada vez que se me pregunta cuál es mi profesión. Desde que me casé estuve alternando mis actividades profesionales entre la práctica musical con grupos de bailes y centros nocturnos y el ejercicio de mi profesión de diseñador gráfico. A pesar de que ya hace más de quince años que mis ingresos los genero exclusivamente de mi labor como diseñador, sigo dedicando mucho de mi tiempo a divertirme con la música. Hice una banda con mi propia familia;  fui hasta los Estados Unidos para encontrarme con mis amigos del Perro Fantástico, nuestra banda extinta desde hace varias décadas; pagué una buena cantidad (para mis estándares) en la producción de una grabación de canciones compuestas por mí (Con Rumbo a Axtlán) y, ahora, de un par de años para acá, he estado trabajando con unos amigos en una nueva banda a la que bauticé como Vinagre. Esto me exige tiempo, dinero y esfuerzo y, en términos prácticos y materiales no me genera ningún beneficio, sin embargo sigo y sigo adelante. Hace algunos meses me clavé practicando con el saxofón. Mi hija nos pidió que le compráramos uno, pero cuando sintió que le resultaba muy complicado lo abandonó. Yo quise aprovecharlo y me puse a estudiarlo. Al cabo de unas semanas ya había avanzado bastante y sorprendía a propios y extraños con mis interpretaciones, pero, de pronto me cansó, dejo de interesarme y lo dejé. Yo pensé que sería tan solo un paréntesis de pocos días pero ya pasaros cuando menos 15 meses de que no lo he retomado.

    De esa manera he estado también haciendo acercamientos al piano. Varias veces he intentado practicarlo de manera sistemática con el fin de alcanzar un buen nivel, pero siempre he terminado por abandonarlo. Nunca he emprendido un esfuerzo serio, inscribirme a una escuela, contratar a un maestro, siempre lo he hecho de manera autodidacta e improvisada y el resultado ha sido que sigo sin avanzar como quisiera.

    Así estoy ahora. Una vez más tratando de agarrar vuelo, tratando de dominarlo cuando menos de forma aceptable, pero siento que voy a volver a fracasar porque ya me están dando ganas de reencontrarme con mi batería, con esos viejos y fieles tambores blancos.

  • Vinagre

    Vinagre

    Durante algunos años la familia que componemos mi esposa Bárbara, Memo, mi hijo mayor, mi hija Roxana y yo, pudimos disfrutar de una experiencia muy bonita que nos permitió convivir y crecer como seres humanos. Me refiero a la creación del grupo musical al que pusimos por nombre La Galería de Rox.

    Fue una temporada que nos proporcionó muchas satisfacciones. Fuimos capaces de montar un repertorio de más de 50 canciones; pudimos ir a tocar a muchas fiestas y reuniones, principalmente familiares; pudimos convivir con personas de muy distintas condiciones que, sin embargo, tenían algo en común con nosotros: su gusto por la música. Fuimos capaces de adquirir el instrumental necesario para poder realizar nuestras presentaciones de una manera muy digna. De hecho, pudimos hacernos de una camioneta que nos sirvió para transportarnos junto con nuestro equipo. Una de las cosas más valiosas que tenía esta agrupación era que acudíamos a tocar sin interés por la paga, nuestra motivación principal siempre fue hacer más agradables las reuniones; en realidad algunas tocadas las inventamos nosotros mismos con la intención de generar convivencia entre los invitados, por ejemplo, durante tres años seguidos organizamos la posada de la privada en que vivimos y además de colaborar con nuestra actuación musical contribuíamos también con alimentos y bebidas para todos los invitados.

    Como decía, fue un tiempo muy bonito que, como todo, se agotó. Una vez que mis hijos se convirtieron en jóvenes, con sus propias inquietudes y objetivos, de manera muy natural se fueron alejando de la agrupación familiar. De una forma casi desapercibida fuimos dejando atrás los ensayos y llegó el día en el que ya no pudimos comprometernos porque cada uno tenía su propia agenda.

    Sin embargo, para ese momento ya habíamos hecho amistad con algunas personas a quienes les gustaba la idea de tocar  rock de los llamados clásicos. Así que, cuando sentí que ya sería muy difícil sostener el proyecto familiar invité a algunos de esos amigos para convivir a la vez que tocábamos algunas piezas. Al primero que le hice la propuesta fue a Arturo Guerrero, un profesor de guitarra y teoría musical en el Conservatorio de música de Toluca. Se trata de un ser humano excepcional; un hombre que siempre tiene palabras amables y positivas para todos, una persona que pareciera sacada de otra época, de un tiempo en el que la cortesía, la amabilidad, los valores humanos eran algo que distinguía a alguien de manera positiva. Pero además de estas cualidades, ya de por sí tan admirables, resulta que es un gran guitarrista, un verdadero virtuoso de su instrumento y, además, con una disponibilidad realmente destacable.

    Invité también a un amigo de muchos años atrás, de los años de Perro Fantástico. Se llama Manuel Murillo pero lo conocemos como el Manix. Es también un gran guitarrista y un amigo muy leal. Él me ayudó hace años en la grabación de mi disco de Axtlán. Es un amante de la música y le fascina el rock de aquellos años, tanto le agradó la idea que decidió acudir a ensayar a mi casa, aquí en Toluca, viniendo cada vez desde su lejano domicilio en Cuautitlán Izcalli. Cada vez que viene hace algo así como tres horas de viaje. Siendo muy buen guitarrista aceptó incorporarse en el bajo para otorgar a la banda una mayor solidez en la base.

    En la otra guitarra integramos a Israel Huitron. Es esposo de Ana Luz, la coordinadora de la licenciatura en la que doy clases. Nos conocimos en los festejos anuales que organiza la Dirección de la Facultad para beneplácito de la planta docente. Él siempre acude acompañando a su mujer y en esos eventos fuimos haciendo amistad. En alguna ocasión La Galería de Rox amenizó una fiesta de Haloween que se realizó en la casa de este matrimonio y ya en la parte final, cuando surgieron los palomazos, Israel tocó unas rolas; posteriormente yo hablé con él y le pregunté si le gustaría integrarse a un grupo y él me dijo que sí, así que, posteriormente, cuando se dio la ocasión lo llamé y se convirtió en un integrante más.

    La verdad es que no nos tomó demasiado tiempo para empezar a sonar bien. Rápidamente teníamos un repertorio considerable y un buen sonido. Cuando alguien nos preguntó el nombre de la banda, a mí se me ocurrió decir que éramos Vinagre, por aquello de que es lo que surge una vez que el vino se agria. A todos los que escucharon les pareció gracioso y como no suena mal, decidimos adoptarlo como nuestro nombre de manera formal.

    Hemos tenido ciertas dificultades para ensayar con la frecuencia que quisiéramos, pero aun así hemos acumulado un buen repertorio. Tenemos algunos planes, entre ellos montar un show a base de canciones históricas de rock mexicano, sin embargo, la pandemia nos hizo detenernos y actualmente estamos en un paréntesis que a veces se antoja eterno.

  • Escuchar el infinito

    Escuchar el infinito

    Hace muchos, muchos años, había una tercia de amigos llamados Salvador (a quien todos llamaban Chava), Arturo y Guillermo. Durante un tiempo adoptaron la costumbre de reunirse en la casa de alguno de ellos (casi siempre en la de Chava) para, mientras degustaban algunas bebidas alcohólicas, disfrutar de algunos discos de rock. Normalmente lo hacían durante el fin de semana, pero no encontraban inconveniente para hacerlo también durante cualquier otro día, fuera martes, jueves o incluso domingo.

    Resulta que Chava era ya para ese tiempo un hombre casado e independiente, con los compromisos propios de quien ya tiene esposa y un hijo. Esto lo obligaba a una vida productiva, a trabajar para obtener dinero. Se puede decir que cumplía a cabalidad con sus compromisos de pater familia y con lo que le sobraba se permitía algunos lujos, fue de ese modo como pudo adquirir un equipo de sonido muy bueno para los estándares de ese tiempo. Se trataba de un sistema marca Gradiente, de origen brasileño. Por favor no se vaya a pensar que el hecho de que el origen del aparato sea tercermundista lo descalifica necesariamente, muy por el contrario, gozaba de muy buen prestigio porque realmente ofrecía una excelente calidad de sonido.

    Normalmente el tercio de amigos se refugiaba en la casa de Chava después de que Arturo y Guillermo habían concluído su labor productiva de ese tiempo, esto es, después de que habían terminado de tocar con su conjunto musical, ya fuera en una fiesta, un bar o una cafetería. Por cierto, aunque Chava no era músico, frecuentemente los acompañaba y, cuando se habían desocupado, pasaban a alguna parte a cenar y de ahí se iban a su casa a oír música.

    Eran unos apasionados del llamado rock progresivo y se esforzaban para conseguir lo más novedoso de ese género. Discos de vinilo o acetato que atesoraban como verdaderas joyas. Alguna vez uno, otra vez otro, solicitaba que esa noche se le concediera el espacio para exponer su nuevo hallazgo. De esa manera, en la pequeña estancia del departamento de Chava se escucharon obras de Genesis, Jethro Tull, King Crimson, Yes, Camel, PFM, Pink Floyd y muchos exponentes más de lo mejor del arte sonoro que se estaba generando en ese tiempo. Ellos en ese momento no lo sabían, pero estaban haciendo los honores a lo que posteriormente se reconoció como la más alta cumbre que jamás alcanzó el rock y, quizás, la música popular del siglo XX.

    El ritual era sencillo. Los amigos comenzaban ingiriendo algunas cervezas o algunos cocteles de ron con coca cola mientras comentaban alguna cosa que les pareciera. Para entonces el anfitrión ya había puesto a sonar su equipo con algún disco de su elección. Una vez que los tragos habían calentado el ambiente, uno de los tres camaradas solicitaba que se hiciera girar el disco que había traído para esa ocasión. Hacía una especie de reseña introductoria, ofrecía algunos datos acerca del origen de la banda, de la grabación específica, de la recepción que se la había dado en diversos ámbitos, sobre todo, de cómo había llegado hasta él la información del disco y el propio disco. Entonces, ponían a sonar al acetato y guardaban silencio. Escuchaban la obra completa prácticamente sin comentar nada, salvo algunas expresiones de emoción casi involuntarias. Una vez que concluía la grabación volvían a poner el disco, ahora sí haciendo comentarios e incluso deteniendo la reproducción para repetir algún pasaje, alguna pieza. Las expresiones iban creciendo en intensidad a medida que la botella de ron se iba vaciando. Posteriormente escuchaban alguna selección variada, algunas rolas emblemáticas para el pequeño grupo de amigos, piezas que para ellos se habían convertido casi en himnos.

    A pesar de que el nivel del volumen se iba incrementando cada vez más, nunca se llegaba a un exceso que impidiera el disfrute de la música. Procuraban un respeto hacia la propia sensibilidad auditiva, pero también mantener la mesura por respeto a la esposa y al hijo de Chava, quienes estaban durmiendo en la recámara. Por supuesto que hubo ocasiones en las que se pasaron de la raya y, tanto el nivel de la música como el de las expresiones de entusiasmo se elevaron demasiado, quizás hasta llegar a molestar a la familia e incluso a los vecinos, pero realmente habrán sido pocas. Por lo general se dedicaban a disfrutar la música y la amistad.

    Fueron tiempos en los que la selección de lo que se escuchaba representaba muchas cosas. Quizás ahora sucede igual, sería difícil afirmarlo, pero da la impresión de que en aquellos años la música representaba algo muy importante para algunos jóvenes. Resultaba una toma de postura respecto a diversos temas, era un intento por disfrutar de las manifestaciones artísticas que se gestaban en otras partes del mundo, era también una muestra de solidaridad con jóvenes de otras latitudes que estaban demostrando que tenían sus propios gustos, que estaban construyendo su propio mundo. Escuchar esos discos de rock significaba salirse de los cánones de comportamiento impuestos por el orden establecido, romper los amarres de la tradición y las conductas por imitación, dejar atrás la obediencia inercial.

    En el México de entonces, tener como preferencia el rock era ya, de hecho, una postura de inconformidad, pero ser seguidor del rock progresivo significaba ir un paso más allá, era internarse en parajes de incomprensión y hasta cierto punto de soledad. Ahora resulta casi obligado declararse admirador de Pink floyd, casi cualquiera se dice conocedor de esa banda porque ha tenido oportunidad de escuchar Otro ladrillo en la pared, pero en aquél tiempo, ser seguidor de Syd Barret y compañía era como estar habitando en un mundo alterno y eso era parte de la emoción, era un motivo de orgullo, significaba ser alguien que no iba con la corriente, alguien que había decidido buscar nuevos horizontes.

    Pero, además de eso, estaba la increíble experiencia estética que obtenían quienes optaban por esa modalidad musical. Se dejaban transportar a alturas increíbles de la mano de esas inspiradas figuras y se generaba entre ellos, entre los escuchas y los ejecutantes (aún a la distancia) una verdadera comunicación espiritual una relación mágica. Entre los protagonistas de ese movimiento musical (a nivel mundial), se generó una sana competencia para ver quien llegaba a alcanzar los niveles más altos de virtuosismo, para descubrir nuevas formas de expresión musical, para crear la obra que superara a todas las anteriores, para hacer el álbum diferente, que marcara un hito en la historia de la música. Y los receptores, los escuchas, nos deleitábamos con cada nueva propuesta.

    Cada quien podrá decir que le ha tocado vivir la experiencia musical más maravillosa, que la música de “su tiempo” ha sido la mejor. Al trío de amigos que solían juntarse para celebrar la vida oyendo esas grandes propuestas de rock, nadie les hubiera podido quitar de la cabeza que esas sesiones de apreciación musical eran incomparables. De que, cuando ellos se dejaban transportar por algún trozo musical especial, el mundo se detenía, la vida se volvía eterna, ellos alcanzaban a sentir el infinito.

  • Discos y cassettes, esos viejos amigos

    Discos y cassettes, esos viejos amigos

    Hoy comencé a hacer limpieza en la pequeña habitación que uso como espacio de trabajo en mi casa. Entre las primeras cosas que decidí sacar están dos cajas para guardar cassettes y una para guardar videos. En cada pequeña caja de cassettes musicales caben aproximadamente 45 y en la de videos (VHS) unos 24. Se trata de una labor muy dolorosa, ya que cada uno de esos pequeños dispositivos que contienen música, video o ambas cosas, significa mucho para mí, sin embargo, es necesario ir haciendo espacio, ya sea para traer otros objetos o simplemente para tener un sitio menos saturado. Mientras estaba alistando las cajas para arrumbarlas me vinieron a la mente varios pensamientos. Recordé cómo fui atesorando esos cassettes hace varios años. Rememoré la ilusión con que nos dábamos a la tarea de ir haciendo un pequeño (o grande, según los recursos de cada quien) archivo con las grabaciones de nuestra preferencia. Era importante tener en nuestro poder esas obras de manera tangible. Los melómanos obsesivos como yo procurábamos tener grabaciones de la mejor calidad de sonido posible. En ese tiempo lo que prevalecía como medio de reproducción musical eran los discos de acetato o vinil. Para los fanáticos de determinado género era crucial conseguir las versiones más cotizadas, tanto por su calidad  sonora, como por su presentación física. Las cubiertas eran también un factor muy importante para la valoración general de una obra. Era frecuente que decidiéramos la compra de un disco por el arte de la cubierta, apoyada, claro está, de alguna referencia previa. La mayor parte de producciones que buscábamos mis amigos y yo eran de rock en inglés, por lo que, aunque casi siempre nos conformábamos con poder conseguir la versión hecha en México, era mucho más codiciada la obtención de los álbumes importados de Inglaterra o Estados Unidos, los cuales, obviamente, costaban mucho más. Pero sentíamos que el sacrificio que significaba gastar nuestros pocos recursos en algún disco bien valía la pena. El siguiente paso en el ritual era reunirnos en la casa de alguien y disfrutar la grabación en colectivo animados por unas buenas cervezas o unos tragos de ron o brandy. Para llegar al sitio de reunión solíamos hacer el recorrido caminando desde casa y eso nos daba motivo para llevar el disco (o los discos) bajo el brazo, procurando que el resto de la humanidad se enterara de que íbamos portando una joya. Claro que a nadie le importaba un cacahuate eso. Seguramente ni quien volteara a vernos, y quienes lo hicieran difícilmente darían alguna importancia a lo que íbamos cargando. Pero eso era lo de menos, lo realmente importante era el sentimiento de creerse diferente, de imaginar que pertenecíamos a una casta privilegiada que estaba de iniciados en un misterio tan profundo como satisfactorio. El avance tecnológico permitió la llegada de los cassettes. Pequeñas cajitas que cabían en la bolsa del pantalón. Su pequeño formato no permitía una expresión plástica en las cubiertas como ocurría en las portadas de los LPs, pero la calidad de sonido llegó a ser muy aceptable. Cuando uno contaba con un buen equipo reproductor se podía obtener una buena experiencia auditiva. Estas cintas no sustituyeron a los discos, yo diría que más bien los complementaron. Normalmente comprábamos el acetato y, para evitar el desgaste de esa joya, lo copiábamos en un cassette y de ese modo lo podíamos tocar una y otra vez sin temor. El resultado fue que, a medida que crecía la colección de discos, iba creciendo también la colección de cassettes. En ocasiones también comprábamos cintas grabadas de fábrica, o sea, no hacíamos la copia, sino que el producto ya venía grabado y empaquetado por la compañía productora. Era muy común que las personas tuvieran tanto el disco como el cassette de algunas producciones musicales. El complemento de las cintas era, obviamente, un aparato reproductor, al que llamábamos grabadora o casetera (mención aparte merecen los llamados Walkman, pequeños reproductores de bolsillo que significaron toda una revolución cultural). Con esa maravillosa combinación podíamos reproducir pero también hacer nuestras propias grabaciones. Solíamos grabar pláticas y convivencias, pero lo más común en mi caso –y de mis amigos– era grabar discos y música del radio. De esa manera, nos convertíamos en verdaderos cazadores de programas en los que programaban canciones o álbumes completos sin la interferencia de anuncios o comentarios. Los programadores de algunas estaciones de radio estaban al tanto de eso y algunos de ellos nos complacían reproduciendo, en ciertos horarios, sesiones musicales sin interrupciones que llegaban a ser un verdadero deleite y una forma de mantenernos actualizados respecto a lo que ocurría en otras latitudes del mundo. Claro que también es necesario recordar la manera en la que la gran mayoría de estaciones de radio escatimaban la buena música (del género que fuera) y preferían programar lo más comercial e insulso con la finalidad de retener, del modo más comodino, a su público cautivo. Y, si eso ocurría con todos los géneros musicales, era irritante ver como, ya sea por desprecio, temor, ignorancia u obediencia de indicaciones, el género más afectado era el rock. Como decía, teníamos que andar “cazando” las escasas opciones que surgían. Sobra decir que, si esto sucedía con la radio, con la televisión el panorama era peor. Era también muy común regalar y recibir como presente tanto discos como cassettes. Cuando alguien creía adivinar tus gustos se atrevía a darte como obsequio especial una grabación musical. El avance de las cintas de video fue muy similar. Casi en los mismos términos, las mismas razones y los mismos motivos, pero con la intención de conservar imágenes en movimiento. Grabaciones caseras, mensajes, pero sobre todo películas. El cine al alcance de cualquier hogar. Esto dio por resultado la acumulación de cassettes, tanto grandes como pequeños, en todas las casas. Posteriormente sucedió algo muy similar con los discos compactos o CDs. Nos pusimos a recolectar lo que ya teníamos en discos de vinil y en cintas y hubo quienes, al agregarle novedades, terminaron por formar enormes fonotecas. Posteriormente la tecnología nos ofreció el formato DVD, discos pequeños, del tamaño de los CDs pero con mucha mayor capacidad de almacenamiento, tanta que podía contener sin problemas una producción cinematográfica o un concierto musical. Los video cassettes se fueron a la bodega y todos nos pusimos a juntar películas como locos, tanto “originales” como piratas. Y después llegó la reproducción de obras musicales o de video en streaming y mandó todo lo anterior al baúl de la obsolescencia. Ahora tenemos la posibilidad de ver películas, conciertos, tutoriales, videos, cursos y lo que se ocurra; así como buscar y escuchar los temas musicales favoritos (los que nunca habíamos escuchado y los que no sabíamos que existían) y no solo eso, sino incluso ver el video de prácticamente cualquier tema. Como consecuencia, la mayoría de las personas ya no hacemos caso a nuestros “antiguos” discos, cassette, cintas de video, CDs o DVDs. Para muchos, estos objetos del ayer no son ahora sino un estorbo. Es frecuente ver como la gente se deshace de colecciones, que en otro tiempo fueron verdaderos tesoros, arrojándolos al camión de la basura o poniéndolos a disposición de quien los quiera de manera gratuita. Hay personas más sensibles que otras. Así como algunos prácticamente arrojan a la calle sus joyas de antaño, existen quienes no están dispuestos a desprenderse de uno solo de sus recuerdos. Yo no soy tan devoto de mis pertenencias, pero tampoco tan indiferente. Es por eso que cada vez que quiero hacer una limpia de cosas me cuesta tanto trabajo. Sin embargo, aveces termino por tomar algunas decisiones drásticas y esto ha dado por resultado que me he deshecho de objetos que pudieron ser de valor en otro momento. He descartado revistas, libros y algunos instrumentos que han dejado de ser útiles en una nueva circunstancia. Los cassettes y cintas de video que saqué hace unos días de mi pequeña oficina los almacené en una cisterna seca que tenemos en casa. Envolví en plástico las cajas contenedoras para protegerlos de la eventual humedad y los coloqué dentro de esa especie de fosa con paredes de concreto. Sentí gacho, pero no tanto porque, como sea, ahí están, como dormiditos. Si un día quiero volver a reproducirlos puedo recuperarlos e intentar hacerlos sonar. Quizás aún pueda encontrar un dispositivo que me permita hacerlo, quizás, si no lo tengo, lo pueda conseguir, mientras tanto, ahí están, arrojados a la oscuridad, como viejas amistades que se quedaron atrás, desvaneciéndose en un pasado que se aleja más cada vez.
  • Charly Monttana

    Charly Monttana

    La pandemia del COVID 19 nos ha dejado muchas historias lamentables. Unos más, otros menos, hemos tenido que despedir para siempre a algunas personas queridas, ya sea parientes o amigos. Aunque no todas esas víctimas han partido por causa de la infección de coronavirus, al final de cuentas nos queda el sentimiento de que todas se fueron como en una gran carretada que enlutó muchísimos hogares durante estos meses.

    Una víctima de este vendaval fue Charly Monttana, un músico singular que falleció el mes de mayo del 2020 a causa de un infarto al miocardio. Yo lo conocí hace muchos años, cuando yo era muy joven y él era casi un niño, durante el tiempo en el que andaba sonando mi banda llamada Perro Fantástico. Una tarde tocaron a la puerta de la Perrocasa un par de chavitos, eran estudiantes de secundaria, lo que pudimos notar porque portaban el uniforme tipo militar que aún se les exigía en ese tiempo. Uno de ellos se mostró muy entusiasta con nuestra manera de hacer e interpretar la música, se llamaba César Sánchez Hernández, el mismo que después de unos años decidió recorrer por su cuenta el camino de la música de rock y posteriormente comenzó a utilizar el seudónimo de Charly Monttana.

    Hasta qué grado fuimos nosotros quienes marcamos el destino de ese muchacho que habrá tenido unos catorce años en aquel momento, no lo podremos saber. Lo que es cierto es que él (a diferencia de nosotros) sí dedicó su vida prácticamente por entero a la música. Apoyándose en su carácter muy extrovertido y utilizando también sus innegables cualidades musicales, fue llamando la atención del público y fue labrándose una carrera importante en el muy complicado ambiente del rock mexicano. Yo pienso que tal vez le faltó un poco de dirección, de asesoría profesional para conducirse de mejor manera, porque al ir madurando como artista se fue yendo más por el rumbo del espectáculo barato, del relumbrón fácil, que por el camino de la música. No digo que no haya alcanzado un buen nivel profesional, de hecho, en su mejor momento llegó a crear algunas canciones que, a mi parecer, resultan ser muy interesantes (por ejemplo El vaquero rocanrolero y Tu mamá no me quiere), digo que si hubiera contado con una dirección adecuada podría haber destacado mucho más, y lo habría hecho por sus méritos creativos, no por su estrambótica figura y su comportamiento caricaturesco que era lo que más resaltaban los críticos y comentaristas del espectáculo.

    César (o Charly) alcanzó logros en su trayectoria musical que otros suspirantes (por ejemplo nosotros, el Perro Fantástico) no pudimos siquiera olfatear. Realizó una gran cantidad de álbumes, videos, giras nacionales y de nivel internacional. Se presentó en conciertos de gran magnitud, de la máxima importancia en nuestro ámbito, como el Vive Latino. Fue invitado a una gran cantidad de presentaciones en TV y radio. Su presencia en las redes es muy importante, tiene miles de seguidores tanto en Youtube como en Facebook y en las aplicaciones musicales como Spotify. Muchas de sus presentaciones en vivo serían la envidia de nuestro grupo, ya que se realizaron ante grandes audiencias y en escenarios muy bien montados, con luces profesionales, con instrumentos y sonorización de nivel profesional. Cuántas veces nosotros soñamos con presentaciones de ese tipo.

    ¿Qué fue lo que hizo este amigo para llegar a figurar en este duro ambiente? ¿Por qué él alcanzó lo que otros muchos no?

    Hace varios años yo y un grupo de amigos creamos una revista a la que bautizamos como AlterArte con la pretensión de exponer ahí temas sobre la actividad de creadores marginales de ciudad Nezahualcóyotl. En el afán de diversificar el contenido editorial de la publicación nos dimos a la tarea de buscar representantes de actividades culturales para incluirlos en nuestras páginas. A mi se me ocurrió aprovechar mi amistad de años atrás con Charly para pedirle una entrevista y publicarla en nuestro modesto medio. Él accedió de muy buena manera y, así, una noche llegué al lugar donde habitaba, la misma casa en la colonia La Perla donde vivía cuando era un adolescente que admiraba nuestra labor musical. En esa charla (más que entrevista) surgió el tema de la fama, del éxito. Aunque en el trato personal él era más bien modesto, no dudó para aceptarse como un roquero exitoso. Respondiendo a mi pregunta sobre cuáles eran las causas por las que algunos, como él, logran figurar y otros se van quedando en el anonimato, me dijo algo así: “Yo me casé con el rockanroll. Desde muy joven entregué mi vida a mi pasión y he sacrificado muchas cosas a raíz de esa decisión. Algunos (como ustedes, me dijo) optaron por formar una familia, tener una esposa, hijos, una casa; yo no tengo nada de eso, soy un rockero entregado a mi carrera y lo que tengo es eso, una carrera, el fruto de mi esfuerzo de muchos años”.

    Algo así me dijo y me dejó muy, muy pensativo. Cuando estuve con Jaime y José Luis (bajista y guitarrista del Perro fantástico) en Nuevo México, hace un par de años, surgió (como siempre) la plática acerca de lo que pudimos haber logrado pero no logramos. A mí me pareció pertinente referirles esas palabras de Charly que nos confrontan con la verdadera razón por la que no pudimos despegar. Una vez que se las expuse nos quedamos callados los tres. Reconocíamos la verdad que encierra esa declaración y reflexionábamos acerca de si la vida que decidimos seguir era mejor o era peor, era más o era menos interesante que la de Charly Montana. Algo que difícilmente podríamos responder.

  • El proceso de “Axtlán”

    El proceso de “Axtlán”

    He estado recordando los días en los que llevé a cabo la grabación de mi álbum musical “Con rumbo a Axtlán” y el proceso que seguí para realizarlo. Como ya lo he referido en otras partes, esta serie de rolas las compuse a partir de la lectura de varios libros de Carlos Castaneda, la saga de Las enseñanzas de Don Juan, en la cual el autor narra de manera acuciosa y muy entretenida la manera en que fue guiado para convertirse en brujo de la antigua tradición mexicana.

    Esas lecturas dejaron en mí una honda impresión. Me mostraron que hay varias maneras de apreciar la realidad. La veracidad o no de lo que ahí se narra es algo que para mí pasó a segunda importancia, lo principal fue concebir la posibilidad de un mundo mágico que podría estar coexistiendo con el nuestro. Un universo en el que las cosas tienen otros límites, otros sentidos. La historia en general fue para mí un alud de ideas que exaltaron mi imaginación.

    Comencé por subrayar algunos párrafos que me parecieron especialmente interesantes. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que era ya una cantidad bastante considerable de anotaciones y que, casi sin proponérmelo, había logrado hacer una especie de prontuario de los conceptos que más me habían impresionado. Entonces me di a la tarea de anotar en un cuaderno todos esos fragmentos. Después, me puse a clasificarlos por temas y, de pronto, ahí estaban ya los temas que podrían servirme para realizar una serie de canciones.

    Mi idea inicial fue crear una especie de ópera rock a la manera de lo que hicieron The Who con Quadrophenia o con Tommy o lo que hicieron The Kinks con Preservation. Tenía la ilusión de producir un espectáculo musical que fuera presentado en un teatro, en el que se fuera narrando la historia a través de escenografías, luces, actuación e interpretación musical. Tenía muy claro en mi mente los motivos gráficos, los diálogos, los tiempos narrativos, la ejecución musical. Todo. Al mismo tiempo me iba resignando y entendiendo que en realidad ese plan estaba muy fuera de mis posibilidades, pero cuando menos (me dije) podría intentar hacer un proyecto sonoro, o sea grabar un álbum con las canciones que dan cuenta de la historia.

    Para evitar algún tema por cuestiones de derechos de autor rehice la historia a mi manera. Aunque en ningún momento menciono nombres de personajes, generé mis propios caracteres y traté de que el resultado final fuera un relato diferente, sin dejar nunca de mencionar la obra en la que está inspirado. 

    Durante varios meses fui dando forma a la idea. Comencé por hacer bocetos musicales con mis modestos medios: una guitarra, un pequeño teclado electrónico Casio y una grabadora sencilla. Lo que obtuve fue una serie de canciones muy sencillas, algunas con mejores características musicales y líricas que otras, pero todas muy bien ubicadas en el concepto y el discurso que tenía en mente.

    Pasaron las semanas y los meses y finalmente logré acumular una cierta cantidad de dinero a finales del año 2003. No mucho, tan solo lo suficiente para acudir a un pequeño estudio ubicado en Tlacotepec, un pueblo en las afueras de Toluca, y logré llegar a un acuerdo con Adán, el dueño y operador del estudio.

    Pedí la ayuda de algunos amigos para hacer la ejecución de las piezas y emprendimos el proceso de grabación. Los participantes fueron: mi sobrino Fernando Medina en los teclados; Diana Valdés, una chica amiga de él, en el bajo; Daniel González, un conocido de mi sobrino, se encargó de la guitarra en las primeras tres canciones y posteriormente me ayudó mi amigo Manix (Manuel Murillo) y otro amigo mío llamado Gerardo Manrique en ese mismo instrumento. Yo me encargué de la batería y la voz.

    Como era de esperarse, no faltaron los obstáculos de varios tipos, los problemas que fueron surgiendo en el proceso: limitaciones técnicas y económicas, crisis de compatibilidad, deserciones, falta de compromiso y una serie de factores más. Sin embargo,  logré seguir adelante hasta que finalmente pude tener en mis manos el producto terminado.

    Quedé satisfecho a secas, más bien, me conformé con lo que pude lograr. El producto no me desagradó del todo pero me quedó el sentimiento de que pudimos haber hecho algo mejor. Posteriormente, al cabo de unos cuatro o cinco años, quise solucionar las deficiencias de sonido que le encontraba y acudí con un tipo llamado Yafet, quien manejaba un estudio de grabación y me fue recomendado porque, según me dijeron, tenía un buen oído para grabaciones de rock. Escuchó mi disco y me prometió que lo podría potenciar mucho mediante una mejor ecualización de la batería y el bajo. Me convenció e hicimos trato. Al cabo de algunos días me entregó el producto de su trabajo que, a pesar de que hizo un buen esfuerzo, no alcanzó la mejoría que me prometió. Así que dejé por la paz mi proyecto como algo que imaginé con alcances mucho mayores y que realmente no logró despegar mucho. Pese a todo, a que no me satisfacía por completo, no lo encontraba tan mal. Me convencí de que era un buen intento y un buen recuerdo.

    Pasaron los años y llegó el fatídico 2020, con la epidemia de COVID, con las varias muertes, con el miedo generalizado y el confinamiento atrofiante. Durante ese impasse forzado hubo quienes tuvimos la fortuna de no enfermar y buscábamos la manera de mantenernos activos y ocupar el tiempo de diferentes formas. Esto llevó a mi hijo a retomar el no tan logrado intento musical de su padre y tratar de mejorarlo mediante los conocimientos y técnicas musicales y de grabación que había adquirido.

    Al cabo de algunas semanas me presentó el resultado y, sinceramente, considero que le dio un muy buen impulso. Hizo una labor minuciosa y muy profesional. Los instrumentos se perciben de manera muy firme cada uno por su lado, y el sonido conjunto es muy armonioso y consistente. Él por su propia cuenta se dio a la tarea de rehacer algunas ejecuciones deficientes de diversos instrumentos y, además de todo, ajustó el sonido de cada pieza para que el álbum tuviera una consistencia de principio a fin. En fin, estoy más que contento con el resultado.

    Mis canciones pueden ser buenas, puede que no lo sean, pero cuando menos van a poder ser escuchadas con un sonido muy cercano a lo que yo imaginaba desde aquellos lejanos días en que las concebí.