La pandemia del COVID 19 nos ha dejado muchas historias lamentables. Unos más, otros menos, hemos tenido que despedir para siempre a algunas personas queridas, ya sea parientes o amigos. Aunque no todas esas víctimas han partido por causa de la infección de coronavirus, al final de cuentas nos queda el sentimiento de que todas se fueron como en una gran carretada que enlutó muchísimos hogares durante estos meses.
Una víctima de este vendaval fue Charly Monttana, un músico singular que falleció el mes de mayo del 2020 a causa de un infarto al miocardio. Yo lo conocí hace muchos años, cuando yo era muy joven y él era casi un niño, durante el tiempo en el que andaba sonando mi banda llamada Perro Fantástico. Una tarde tocaron a la puerta de la Perrocasa un par de chavitos, eran estudiantes de secundaria, lo que pudimos notar porque portaban el uniforme tipo militar que aún se les exigía en ese tiempo. Uno de ellos se mostró muy entusiasta con nuestra manera de hacer e interpretar la música, se llamaba César Sánchez Hernández, el mismo que después de unos años decidió recorrer por su cuenta el camino de la música de rock y posteriormente comenzó a utilizar el seudónimo de Charly Monttana.
Hasta qué grado fuimos nosotros quienes marcamos el destino de ese muchacho que habrá tenido unos catorce años en aquel momento, no lo podremos saber. Lo que es cierto es que él (a diferencia de nosotros) sí dedicó su vida prácticamente por entero a la música. Apoyándose en su carácter muy extrovertido y utilizando también sus innegables cualidades musicales, fue llamando la atención del público y fue labrándose una carrera importante en el muy complicado ambiente del rock mexicano. Yo pienso que tal vez le faltó un poco de dirección, de asesoría profesional para conducirse de mejor manera, porque al ir madurando como artista se fue yendo más por el rumbo del espectáculo barato, del relumbrón fácil, que por el camino de la música. No digo que no haya alcanzado un buen nivel profesional, de hecho, en su mejor momento llegó a crear algunas canciones que, a mi parecer, resultan ser muy interesantes (por ejemplo El vaquero rocanrolero y Tu mamá no me quiere), digo que si hubiera contado con una dirección adecuada podría haber destacado mucho más, y lo habría hecho por sus méritos creativos, no por su estrambótica figura y su comportamiento caricaturesco que era lo que más resaltaban los críticos y comentaristas del espectáculo.
César (o Charly) alcanzó logros en su trayectoria musical que otros suspirantes (por ejemplo nosotros, el Perro Fantástico) no pudimos siquiera olfatear. Realizó una gran cantidad de álbumes, videos, giras nacionales y de nivel internacional. Se presentó en conciertos de gran magnitud, de la máxima importancia en nuestro ámbito, como el Vive Latino. Fue invitado a una gran cantidad de presentaciones en TV y radio. Su presencia en las redes es muy importante, tiene miles de seguidores tanto en Youtube como en Facebook y en las aplicaciones musicales como Spotify. Muchas de sus presentaciones en vivo serían la envidia de nuestro grupo, ya que se realizaron ante grandes audiencias y en escenarios muy bien montados, con luces profesionales, con instrumentos y sonorización de nivel profesional. Cuántas veces nosotros soñamos con presentaciones de ese tipo.
¿Qué fue lo que hizo este amigo para llegar a figurar en este duro ambiente? ¿Por qué él alcanzó lo que otros muchos no?
Hace varios años yo y un grupo de amigos creamos una revista a la que bautizamos como AlterArte con la pretensión de exponer ahí temas sobre la actividad de creadores marginales de ciudad Nezahualcóyotl. En el afán de diversificar el contenido editorial de la publicación nos dimos a la tarea de buscar representantes de actividades culturales para incluirlos en nuestras páginas. A mi se me ocurrió aprovechar mi amistad de años atrás con Charly para pedirle una entrevista y publicarla en nuestro modesto medio. Él accedió de muy buena manera y, así, una noche llegué al lugar donde habitaba, la misma casa en la colonia La Perla donde vivía cuando era un adolescente que admiraba nuestra labor musical. En esa charla (más que entrevista) surgió el tema de la fama, del éxito. Aunque en el trato personal él era más bien modesto, no dudó para aceptarse como un roquero exitoso. Respondiendo a mi pregunta sobre cuáles eran las causas por las que algunos, como él, logran figurar y otros se van quedando en el anonimato, me dijo algo así: “Yo me casé con el rockanroll. Desde muy joven entregué mi vida a mi pasión y he sacrificado muchas cosas a raíz de esa decisión. Algunos (como ustedes, me dijo) optaron por formar una familia, tener una esposa, hijos, una casa; yo no tengo nada de eso, soy un rockero entregado a mi carrera y lo que tengo es eso, una carrera, el fruto de mi esfuerzo de muchos años”.
Algo así me dijo y me dejó muy, muy pensativo. Cuando estuve con Jaime y José Luis (bajista y guitarrista del Perro fantástico) en Nuevo México, hace un par de años, surgió (como siempre) la plática acerca de lo que pudimos haber logrado pero no logramos. A mí me pareció pertinente referirles esas palabras de Charly que nos confrontan con la verdadera razón por la que no pudimos despegar. Una vez que se las expuse nos quedamos callados los tres. Reconocíamos la verdad que encierra esa declaración y reflexionábamos acerca de si la vida que decidimos seguir era mejor o era peor, era más o era menos interesante que la de Charly Montana. Algo que difícilmente podríamos responder.