Aquí dejo este relato que escribí hace poco más de tres décadas. Espero sea del agrado de quien llegue a leerlo.
Llevaba ya un buen rato observando a las personas y los autos que pasaban con paso amodorrado por la avenida. Su casa estaba casi en la esquina que formaba esa importante vía con una calle modesta. Desde la ventana de su cuarto podía contemplar lo que ocurría en ese río de gente, autos y humo que, como a eso de las seis de la tarde, se tornaba muy revuelto.
Le agradaba sentarse ahí, como a medio metro de la ventana, para poder ver sin ser visto.Organizaba para sí mismo juegos imaginarios en los que ponía a prueba su memoria y las facultades de las personas o los autos, que jugaban, sin saberlo, para él.
Escogió a una muchacha de unos dieciséis años de edad que venía caminando por la acera y la siguió con la mirada. Su contrincante sería un un hombre de avanzada edad que caminaba penosamente desde el lado opuesto. Quien pasara primero frente a su ventana sería el ganador. La competencia le parecía justa: la chica tendría que recorrer casi el doble de distancia que el anciano, pero su juventud le otorgaba una gran ventaja. Todo indicaba que esta prueba sería emocionante.
Contra su voluntad, él, amo y señor de estos juegos, casi siempre terminaba por inclinarse hacia un competidor y desde su ventana, en ese segundo piso, lo apoyaba dando gritos de aliento con el pensamiento: “¡apúrese señor, que le ganan! ¡Unos cuantos metros más, no se distraiga, dedíquese a lo suyo!”
La muchacha, con zancada firme, sería la ganadora inevitablemente, todo era ya cuestión de unos cuantos pasos. Mas, de pronto, se detuvo y volteó hacia atrás como si alguien la hubiera llamado, después volteó hacia la ventana y se quedó mirando como tratando de traspasar el reflejo que le oponían los cristales.
Carlos se sintió descubierto, pero recordó que no podía ser visto tras la pantalla que formaban los cristales de su ventana. Desvió la vista un instante y observó al anciano cruzar la meta imaginaria. Sintió un placer quisquilloso y sonrió satisfecho porque, una vez más, había ganado su favorito. Siguió al hombre unos segundos hasta que pasó a un lado de la chica que aún estaba empeñada en ver qué había detrás de esa ventana. Se sintió desnudo. Pensó que había sido descubierto y rápidamente corrió la cortina de un solo tirón, permaneció un momento totalmente quieto, sin respirar siquiera hasta que, al fin, se decidió a asomarse por una pequeña rendija en una costura de la cortina. Se acercó poco a poco, cerrando el ojo izquierdo y comprobó que la muchacha se había marchado.
Se puso una chaqueta y salió de su habitación. Bajó las escaleras metálicas muy deprisa y salió a la avenida. Esquivó los carros que pasaban lentos e indiferentes, llegó a la acera de enfrente y se colocó frente a su ventana. Era como cualquier otra, reflejaba la luz que pegaba en sus cristales, salvo en ese pegote que tanto lo enorgullecía, aquella calcomanía de los Rolling Stones en la esquina inferior derecha que era totalmente opaca. No, definitivamente no había posibilidad de que lo vieran desde aquí, sobre todo porque él se sentaba a una buena distancia detrás de los vidrios para asegurarse, aún más, de no ser visto. No podía haber sido descubierto. Seguramente se trataba de una extraña coincidencia. Trataría de olvidar ese incidente.
Ahí está una vez más inventando juegos. Se apasiona con los finales cerrados. Seguro de su invisibilidad se estira de momento, escucha el radio y observa a la gente pasar desde su ventana. Acaba de concluir una competencia de autos. Los vochos siguen siendo los amos; totalizaron 36 mientras los Datsun solo llegaron a 19 en esos quince minutos que duró la contabilidad. No fue un enfrentamiento tan interesante como esperaba, la siguiente vez mejor probaría a los vochitos contra la poderosa línea Ford completa. Sale de su cuarto y regresa con un refresco, cierra la puerta, camina a su silla y cuando se sienta y voltea hacia afuera lo primero que ve es a la chava de hace unos días.
Se queda atónito.
Ella está volteando hacia acá, hacia él.
Pero si ya hasta la había olvidado.
Lo observa directamente a los ojos.
Está paralizado.
Se queda ahí durante un tiempo infinito.
Su boca seca.
Parece que ni siquiera parpadea.
Como si hubiera visto un fantasma.
Escudriñando su ventana.
Deja el refresco en el suelo y sale a toda prisa. Esquiva los carros temerariamente y llega al lugar donde ella debiera estar, pero no está más. Voltea a la derecha y nada. Voltea a la izquierda y la ve caminando a lo lejos. Corre con todas sus ganas. En el cruce casi lo atropella un carro pero él ni cuenta se da. Tropieza y choca contra peatones que lo ven con sorpresa y le gritan algunas ofensas. Por fin la alcanza, aminora la marcha y se empareja con el paso de ella. Voltea a verla y le dice hola, con voz agitada, cuando se percata de que no es la chica que buscaba, se trata de una señora joven que voltea a verlo con extrañeza.
He estado viendo televisión durante más de cuatro horas. Ya me llamó la atención mi madre, dice que me voy a quedar tonto. Ya me trajo una taza de chocolate y unos panes Marinela, de esos que nunca me han gustado. He estado buscando en uno y otro canal algún programa suficientemente interesante para verlo completo y no lo he encontrado (¡chingao! ¿quién será esa muchacha?) Desde los Cachunes hasta los Estarquis, pasando por los noticieros y alguna película vieja (¿será mi imaginación?) Ya vino mi padre a dar lata, que ya acuéstate a dormir, que mañana no vas a querer levantarte, que como tú no pagas la luz (cómo se llamará?) Y yo: ya voy, ya voy, es que está bien interesante esta película (¿dónde vivirá?) ya mero termina (¡Quién chingados es esa chava!)
La he soñado. La he visto caminar hacia mi ventana y, con la extraña lógica de los sueños, estar de pronto frente a mí. Yo la tomo de los hombros y la sacudo. Ella no deja de observarme directo a los ojos. Me acerco a ella y veo sus labios carnosos que me atraen, pero de pronto me doy cuenta que es la señora a la que di alcance hace unos días y me dice: “dígame joven ¿se le ofrece algo?” Pero no abre la boca al hablar. De pronto es mi mamá que me sacude y me dice: ¡qué tienes Carlos! Pero no abre la boca al hablar y no cambia su gesto escudriñador. La he soñado corriendo entre la gente, huyendo de mí. Yo corro atropellando ancianos, niños, señoras y nunca la alcanzo. He llegado a tenerla a unos centímetros de mis brazos que estiro para tocarla y no la toco.
He querido verla de nuevo. Me pongo al pie de mi ventana violada por ella y observo a toda la gente que pasa. La he confundido momentáneamente con otras chicas. He esperado horas y horas y no ha vuelto a pasar. Al menos ante mi vista. He bajado a pararme en la esquina como quien espera a su novia y ha sido inútil. No he vuelto a verla.
Carlos terminó de hacer su tarea de Física, esas fórmulas y términos raros ya lo tenían aburrido y cansado. Dejó la pluma y los libros sobre la mesita y se recostó en la cama. Hacía ya casi dos semanas que no se sentaba frente a su ventana a ver la avenida. Sentía que todos los que pasaban por enfrente sabían que él los observaba. Era una idea absurda y, sin embargo, no la podía superar. Ni siquiera había encontrado el valor para correr la cortina, se sentía totalmente expuesto, descubierto. Y todo por culpa de esa chava que tenía el don de traspasar con la mirada el reflejo de los cristales. Seguramente lo había visto ahí, como tonto, emocionarse y casi saltar del asiento cuando aquél viejecito ganó la competencia, y después lo había visto quedarse con cara de estúpido al toparse con su mirada horadadora. Pero… ¡Qué caray! Él no era un chamaco estúpido que se dejaría amedrentar fácilmente y, si una muchacha tenía esa cualidad de ver a través de los cristales, las otras personas no, así que, armándose de valor, corrió la cortina y se sentó a ver a los transeúntes una vez más.
Ella venía sentada en ese camión de la Ruta 100 que la dejaba muy cerca de su casa sin tener que tomar otro autobús, como lo hacía antes. No tenía para qué moverse de su asiento desde que se subía, frente a su escuela, hasta que cruzaba el Eje 4. Ahí, cerquita, estaba su domicilio. Pero hoy quería pasar de nuevo por la avenida Altavista. Quería ver de nuevo la ventana.
Después de unos minutos de observar a la gente Carlos se sintió seguro una vez más. Nadie podía verlo en su guarida, a excepción de esa chava que, seguramente no volvería a pasar más por aquí. Se había tratado de una coincidencia que difícilmente se repetiría, así que empezó el conteo…
Se bajó del camión y comenzó a caminar por la calle Russell, eran sólo dos cuadras antes de llegar a la avenida. Le parecía extraño que ni siquiera su maestra le hubiera podido aclarar qué significaba eso. Lo más probable, pensaba, es que había visto mal y no había sabido explicar con precisión. La distancia a la que tenía que colocarse hacía muy difícil la labor; se veía obligada a tratar de enfocar desde la acera lejana, porque si se ubicaba justo debajo del edificio la perspectiva no la favorecía para ver con claridad. Pero hoy iba decidida a fijarse con atención aunque se tomara un poco más de tiempo, para no volver a dudar y describirlo con detalle.
…Han pasado 27 vochos y 24 Fords, esta competencia está tan cerrada e interesante como él había esperado. Aquí va pasando otro vochito y otro, y otro más, siempre van en grupos. Ahora pasa un Mustang, se ponen 30 a 25 y el semáforo los ha detenido. Momento para ir rápidamente por algo refrescante al refri. Regresa y se acomoda de nuevo, está llevando la botella de refresco a la boca cuando la ve. Ella lo está observando detenidamente, hasta parece que lo estudia. La botella de refresco se ha quedado a unos centímetros de su boca abierta. ¡Vaya gesto de bobo!
Se detuvo frente a la ventana y lo vio. Lo miró con atención: “Ahí está. Yo tenía razón. Es como se lo expliqué a la maestra. ¿Por qué no pudo ayudarme? Ahora sí lo voy a memorizar muy bien y llegando a casa me ayudaré con el diccionario de mi papá”
A ver… Get Yer Ya-Ya’s Out!
Ella nunca entendió porqué de pronto estallaron los cristales de esa ventana en mil pedazos y apareció ese joven, levantando una silla con las manos y los brazos ensangrentados, gritando desde el hueco que dejó la ventana destrozada: “¡Aquí estoy… mírame bien… me has derrotado..!”
Recuerda que le pegó un gran susto y que se alejó corriendo de ahí. Prometió no volver a desatender los consejos de su abuela, quien siempre le ha dicho: no le busques tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro.