Me resulta muy interesante ese fenómeno de comunicación que son los “memes”. Si ya antes de esta situación del aislamiento por la pandemia me parecían un fenómeno de comunicación y proyección muy atractivo, ahora, en estas circunstancias, me llaman aún más la atención.
Supongo que a todos nos sucede que, al navegar a través de la sucesión de imágenes, videos y textos que conforman en pantalla la actual plataforma de Facebook, nos es imposible permanecer indiferentes ante la cantidad de ocurrencias que salen al paso. Hay de todo, desde videos chuscos hasta extensos mensajes doctrinarios, pasando por mensajes publicitario, obvios o disfrazados. Entre todo ese cúmulo de mensajes los que me resultan más admirables son los memes espontáneos.
Para mi propia comprensión y asentamiento de ideas he hurtado de wikipedia la siguiente definición de meme: “Según el especialista en comunicación mexicano Gabriel Pérez Salazar, el meme de Internet es como una imagen acompañada por texto, como unidad cultural replicada que aparece «de manera identificable, plenamente reconocida»”.
Mi acercamiento con los memes fue gradual. Fui encontrándolos de una manera casi desapercibida, más bien, no sabía que esos eran los mentados memes. Simplemente me salían al paso en mis incursiones al Facebook. Como yo siempre he sido muy simple, o sea, me causan gracia y risa cosas que a muchos les parecen tonterías, disfrutaba mucho algunas de esas ocurrencias. De hecho, he pensado que hubiera sido una buena idea ir haciendo una colección de ellos, lo que seguramente ya algunas personas han hecho.
Decía que en estos días de encierro he encontrado una enorme cantidad de ideas, algunas de ellas realmente admirables. No voy a ponerme a describirlos o reseñarlos aquí, simplemente los menciono porque me parece que representan un recurso de catarsis social muy importante. Nuestra sociedad conectada actual encuentra en ellos una manera de desfogar algunas de sus inquietudes, temores y ansiedades a través de la ironía y el sarcasmo.
Es interesante ver como no hay un solo tema intocable. Todo puede ser motivo de escarnio. Todos podemos ser blanco de la atención de muchos observadores, lo que ocasionalmente se puede llegar a hacer viral y entonces la mirada será de miles y a veces de millones.
Estoy convencido de que el turno de algo para volverse viral responde más que nada al azar. Difícilmente logra esta exposición masiva algún esfuerzo intencional. He sostenido en algunas charlas casuales al respecto que apoyo mi teoría en el hecho de que las grandes empresas publicitarias darían lo que fuera porque alguna de sus ideas alcanzara el nivel de visualización de los casos más emblemáticos, por ejemplo el gif de Travolta extraviado en la incertidumbre, la imagen de Batman abofeteando a Robin, el gatito haciendo escarnio de la expresión histérica de una rubia pretenciosa y varios otros que seguramente han sido ya analizados, enjuagados y tendidos por personalidades de la sociología y la cultura colectiva.
Yo tan solo los percibo, a veces los disfruto, a veces los sufro; a veces me divierten, a veces me molestan; algunos los admiro, otros los lamento, pero trato de no enredarme demasiado con ellos. He visto que hay quienes se ofenden, se irritan, los toman demasiado a pecho y, cuando eso ocurre, siempre recuerdo lo que en alguna ocasión comentó mi hijo en una charla con sus amigos: no se lo tomen en serio, –les dijo– el Facebook (es la plataforma de la que discutían) es para divertirse, no para reflexionar; es para echar desmadre y ver como otros echan desmadre. Cada vez estoy más convencido de que habló con mucha razón.
Debo anotar que siempre que hablo de redes sociales, en lo personal me refiero únicamente a Facebook y WhatsApp. Son las que yo suelo manejar, las que he encontrado útiles y entretenidas a la vez. Hay quienes dicen que esas precisamente son las redes de los viejitos, que los chavos prefieren Twitter e Instagram, que los niños prefieren WeChat o TikTok y los profesionistas no rucos Linkedin. No puedo negar o confirmar eso, lo que sí puedo decir es que, sea la plataforma que fuere, no soy un usuario muy activo, en realidad lo que hago es utilizar el par de recursos que ya mencioné para labores de comunicación. Me parece que son excelentes medios para enviar avisos, saludos, advertencias e incluso para compartir de vez en vez alguna foto o un video. Tengo por norma evitar los mensajes extensos por esa vía, prefiero una llamada telefónica cuando hay algo que tratar con mayor atención. Tampoco me parece bien que algunas personas traten de promover sus creencias a través de esos recursos de comunicación, largos textos, videos, imágenes. Hay quienes no cesan de mandar propaganda de sus creencias religiosas o, quizá peor aún, de sus preferencias políticas.
Respecto a este último tema: la política, es preciso mencionar que las redes sociales se han convertido en una arena de lucha entre diversas preferencias, para ser más precisos, entre dos tendencias, la de los que defienden un movimiento de “izquierda” y la de quienes lo rechazan. Desde hace ya varios años la sociedad mexicana se ha polarizado a partir de este tema. Quienes apoyan la ruta izquierdista son incapaces de entender, o cuando menos comprender, a quienes no lo hacen y lo mismo a la inversa. Hemos llegado a niveles de encono realmente alarmantes, al grado de que han surgido disgustos serios en el seno de las familias y entre amigos de años. Todo el tiempo se pueden ver mensajes por parte de ambos extremos, desde muy inocentes, a verdaderas campañas orquestadas por profesionales. Desde declaraciones jocosas hasta difamaciones criminales. Confieso que yo mismo me he dejado influenciar por esa pasión y, aunque he procurado mantenerme más bien pasivo, tratando de no echar más leña al fuego, no he podido evitar exaltarme en ciertos momentos, aún y cuando siempre me estoy repitiendo que lo más razonable sería dirimir nuestras diferencias ideológicas a través de ejercicios de diálogo civilizado, con la intención sincera de llegar a acuerdos en beneficio del país en su totalidad, algo que parece imposible. Más imposible me parece ahora que, aún cuando todos coincidimos que estamos enfrentando uno de los retos más grandes en la historia de la nación (y de la humanidad), o sea la pandemia del Covid, seguimos siendo testigos, y protagonistas a la vez, de una desenfrenada guerra ideológica que nos mantiene desunidos y puede ser un factor que nos complique más la, ya de sí, grave coyuntura, la dura batalla que apenas está comenzando.