Oscar González Loyo
Durante esta temporada de temor y muerte generada por el COVID 19, he resentido algunas pérdidas que me han causado un gran dolor. Hace unos días me llegó la noticia de una muerte que me afectó mucho, la de mi amigo Oscar González Loyo. Aunque al parecer él no fue víctima de la pandemia, sí se sumó a esta oleada pavorosa que ha enlutado tantos lugares.
A Oscar lo conocí mientras estudiábamos en la Escuela Nacional de Artes Plásticas a finales de los 70s del pasado siglo. Yo había llegado a la carrera de Diseño gráfico un poco por curiosidad y otro poco para no cancelar mis estudios, para seguir adelante en mi intención de dar a mis padres la satisfacción de tener un hijo universitario. Pronto me percaté de que algunos de mis compañeros tenían muy claras sus metas académicas, que estaban ahí por convicción y conocimiento. Oscar era uno de ellos. Además de sus facultades innatas para los temas de representación gráfica, contaba con el apoyo decidido de su padre, un profesional del dibujo comercial que gozaba de gran reconocimiento en el ámbito mexicano de las historietas gráficas populares, ahora conocidas de manera generalizada como cómics. Era el creador, junto con otra persona cuyo nombre no recuerdo, de uno de los casos de mayor éxito en la historia de esta forma de entretenimiento, la bruja Hermelinda Linda. El señor Oscar González Guerrero era un ejemplo y un apoyo incondicional para mi amigo. Lo animaba a desplegar toda su imaginación y creatividad sin ningún tipo de restricción, quizá tan sólo en ciertos aspectos morales.
Oscar nos deslumbraba a todos los demás alumnos por su facilidad y seguridad al trazar, al componer y plantear sus objetivos artísticos. Rápidamente se convirtió en el líder de un pequeño grupo compuesto por Alfonso Sánchez, Raúl Morales y otro Alfonso, este de apellido Samaniego quien, por cierto, también murió ya. Los invitaba a su casa, en Ciudad Satélite, al norte de la Ciudad de México y ellos nos relataban extasiados a los demás la manera como los trataba el señor Oscar y su esposa. En una ocasión, al verme entusiasmado con estas referencias, mi amigo me invitó a unirme a ellos y pude conocer su morada y parte de su vida. Él era hijo único; sus padres lo adoraban y lo complacían de una manera muy inteligente, a cambio de que él se comportara, en todas sus actividades, de manera responsable y respetuosa. Le sugerían de manera firme que fuera amable y humano con todos los seres que lo rodeaban, esto incluía a las personas, los animales y las plantas. Su casa me pareció hermosa y el sitio en que estaba ubicada maravilloso, lleno de áreas verdes, árboles, prados, desniveles casuales que creaban un ambiente natural y relajante. En un extremo de la estancia principal, subiendo una pequeña serie de escalones, estaba ubicado el estudio en el que trabajaba mi compañero de clases. Tenía un enorme restirador, una gran mesa de trabajo, libreros atestados de maravillosos ejemplares tanto en inglés como en nuestro idioma, libros de arte, manuales de dibujo, enciclopedias y muchos cómics. Tenía una televisión, una videocasetera, un equipo de sonido, muchísimos discos, cassettes de audio, video cassettes, materiales y equipo para dibujar, en fin, el paraíso en la tierra para cualquier aspirante a diseñador.
A pesar de su evidente posición de privilegio, nuestro compañero Oscar se mostraba sencillo y amable con todos los compañeros del grupo. Él encarnaba tres de las cualidades que a algunas personas les parecen determinantes: tenía dinero, era talentoso y era una buena persona. En la clase de dibujo (así como en todas las otras clases prácticas) siempre se destacaba, realizaba los ejercicios con agilidad y precisión, de hecho más bien daba la impresión de que las clases le quedaban pequeñas. El profesor, de nombre Jorge Novelo, lo felicitaba constantemente y lo trataba de motivar para que llevara aún más lejos sus dotes expresivas, para que no se conformara con los resultados que obtenía de manera fácil, sino que buscara maneras novedosas y creativas de realizar sus obras.
No era Oscar el único que mostraba talento sobresaliente, estaba también Jesús Moreno y un par de alumnas cuyo apellido se me escapa, eran María Antonieta y Nuria. Pero Oscar era, por mucho, el más aventajado, al menos ante los ojos de los aprendices modestos como el que esto escribe.
Y sucedió que en una ocasión, cuando presentamos una secuencia de ilustraciones con las que tratábamos de narrar una historia, o sea algo así como una historieta, lo que era la especialidad de Oscar, fuimos testigos de una especie de confrontación entre el profesor y el alumno sobresaliente. Hasta donde recuerdo, el maestro Novelo le pedía que tratara de realizar dibujos menos “estereotipados”, que tratara de apartarse de ese estilo un tanto infantil y buscara una representación más realista, menos complaciente, quizás menos infantil y cándida. Esto pareció no agradarle a Oscar, de pronto estábamos presenciando una faceta que no conocíamos de él, se sentía cuestionado y eso le causaba conflicto. Se negó a aceptar las sugerencias del maestro y le dijo que cada quien tiene su manera de expresarse, que ese era su estilo y no pensaba cambiarlo, que si el profesor notaba alguna falla en cuestiones de proporción, alguna vacilación en el trazo, alguna tachadura, cualquier falla técnica, se lo indicara y él lo aceptaría, pero en lo que no estaba dispuesto a ceder era en su estilo, porque eso era parte intrínseca de él, era su personalidad y eso no lo iba a negociar. Más o menos en ese sentido se dio la controversia.
A partir de ese día se produjo una especie de rompimiento entre Oscar y la Escuela. A partir de esta diferencia entre él y el profe Novelo (no me enteré o no lo recuerdo, pero es probable que se haya dado también con algunos otros profesores), Oscar comenzó a declararse incómodo, declaraba, o daba a entender, que el sistema de enseñanza de esa escuela lo estaba incomodando. Asumió una actitud de rebeldía estética que los integrantes de su pequeño grupo respaldaban y alimentaban. Se convirtió en algo así como un guerrero que luchaba en pro de la expresión del dibujo de historieta ingenua.
Hasta donde yo puedo recordar, la mayoría de maestros no encontraban motivos para cuestionar sus trabajos, a fin de cuentas presentaba proyectos de gran calidad técnica, con puntualidad y limpieza. Pero a mi me daba la impresión de que mi amigo se había quedado con la espina que le clavó el maestro Novelo al cuestionar sus alcances expresivos, porque constantemente estaba justificando la técnica y características específicas de los dibujantes que a él le parecían los más sobresalientes quienes, por cierto, eran casi todos ilustradores de cómics, o de películas animadas, por ejemplo de los estudios Disney.
No perdía oportunidad para argumentar, con ejemplos que nos mostraba en libros, casi siempre de procedencia extranjera, la excelsitud de esos a los que él consideraba grandes artistas y que seguramente lo eran y lo son. Los varios dibujantes que hacían Spiderman, Superman, Batman, el ejército de ilustradores de Disney, de Hanna Barbera, etcétera. También nos mostraba trabajos de artistas europeos, latinoamericanos y mexicanos, casi todos dedicados al cómic o a la expresión fantasiosa juvenil o infantil.
En algún momento yo llegué a la conclusión (seguramente errada) de que eso, el hecho de que se sintiera cuestionado, sumado al hecho de que ya estaba trabajando como profesional del dibujo para algunas editoriales, lo fueron convenciendo de que él no tenía nada que hacer en ese lugar y en un momento dado decidió renunciar a la carrera. Pudieran haber sido otras las razones para este abandono, pero yo no las conozco porque sencillamente yo había desertado antes que él. Fue durante el tiempo en el que, con mis amigos, logramos hacer crecer la ilusión de nuestra banda de rock llamada Perro fantástico. Estábamos convencidos (al menos yo) de que la agrupación tenía un enorme potencial para llegar a alturas respetables y que para lograrlo se requería de toda nuestra dedicación. Fue esta la causa de que decidiera abandonar la Universidad, a la cual regresé (un poco con la cola entre las patas) tres años después.
Por diversas razones (la principal de ellas siempre fue mi admiración hacia él) nunca perdí la pista a mi amigo. Siempre estuve al pendiente de su trayectoria. Me enteré de su crecimiento como dibujante y vi cómo fue escalando en el ámbito de la ilustración de cómics en México. Supe que le habían asignado la creación de revistas como Parchis, Chabelo y otras más, entre ellas la adaptación para nuestro país de Los Simpson. Además de todos los proyectos para los que se comprometió, creo yo que principalmente por razones de conveniencia económica, su mayor entusiasmo estaba dirigido a sus propias propuestas, y de éstas, la que más lo emocionaba y ocupaba era una historieta a la que llamó Karmatrón.
Oscar solía comentar que, al igual que muchos niños y jóvenes en nuestro país, durante cierto tiempo había practicado el karate y había alcanzado un buen nivel. Seguramente esto lo encaminó por el camino de las culturas y filosofías orientales, ya que era muy común en él hacer referencias a prácticas espirituales de India, China, Japón, Tíbet. Era un gran admirador de la cosmovisión de esos pueblos, del respeto que profesan a la vida en general, la sencillez y la humildad, así como de sus prácticas para alcanzar el equilibrio entre cuerpo, espíritu y mente, como la meditación y el yoga. Él llevaba todo esto aún más allá y lo combinaba con el estudio y admiración hacia las culturas tradicionales prehispánicas. A través de una constante revisión de estos temas e influenciado por algunas otras ideas, llegó a la conclusión de que todas esas culturas milenarias tenían algo en común: su origen o inspiración extraterrestre. Para él era más que evidente que civilizaciones mucho más avanzadas que la nuestra, llegadas de otros planetas o de otros planos cósmicos, habían intervenido de diversas maneras en la historia de de algunos pueblos milenarios cuyas obras son inexplicables de otra manera.
A la menor provocación, nuestro amigo se encendía y nos recetaba largas disertaciones sobre estos asuntos. A veces reforzaba esas exposiciones mediante su mejor recurso, el dibujo. Nos mostraba esquemas, bocetos e ilustraciones con diferentes niveles de detalle para convencernos de sus razones. Nosotros nos dejábamos convencer por él porque era casi imposible no hacerlo, su elocuencia y convencimiento eran contagiosos. Me imagino que fue con ese afán un tanto pedagógico que decidió crear esa historia que se convertiría en su mayor apuesta creativa, me refiero a Karmatrón. La referencia a esta historieta en wikipedia dice, entre otras cosas, que es un cómic que cuenta las aventuras de un coloso de 100 metros de altura protegido con una armadura mística que defiende al universo de las fuerzas del tiránico emperador Asura del planeta Metnal y del Amo de las Tinieblas, para lo que cuenta con la ayuda de los guerreros kundalini y de los Guerreros Estelares (poderosos robots con sentimientos; también conocidos como los Transformables. El protagonista principal de la historia es un humanoide extraterrestre de nombre Zacek, quien posee un cinturón que le permite transformarse en el poderoso gigante metálico Karmatrón.
Al igual que a todos los creadores, a Oscar lo ilusionaba mucho el hecho de que su esfuerzo fuera reconocido por un gran número de personas; quería que su invención se hiciera muy popular. Al igual que a ciertos artistas, a él le producía frustración (no puedo decir con qué intensidad) el hecho de que esa gran popularidad no se produjera. Su propuesta alcanzó el reconocimiento y admiración de muchas personas, pero nunca llegó a ser considerado un éxito. Todo esto ocurría mientras mi amigo transcurría la edad de entre treinta y cuarenta años. Durante ese tiempo yo dejé de mantener contacto con él, tan solo me enteraba de sus logros de manera lejana y muy ocasional. Así pasaron varios años más, hasta que las nuevas modalidades de comunicación traídas por la cibernética me permitieron estar de nuevo en contacto con él. Esto ocurrió, específicamente, a través de Facebook.
Al retomar el contacto (aunque fuera a distancia) con mi amigo de juventud pude percatarme, a través de los mensajes que publicaba que, al igual que a muchas otras actividades, a la industria de la historieta impresa la estaba golpeando el arribo de las publicaciones digitales. De manera vehemente, tal como él solía siempre hacer las cosas, Oscar invitaba a todos los navegantes del Facebook a que consumieran historietas impresas, específicamente a que compraran su Karmatrón. Daba adelantos de los plazos en los que estaba previsto que se harían las probables reimpresiones. Para ese momento ya habían pasado varios años desde que la editorial que la lanzó no la imprimía más.
De las cosas que pude observar en ese reencuentro a distancia con mi amigo, hay dos que mencionaré ahora porque me parecieron notables. La primera de ellas es que pude constatar la capacidad que Oscar siempre mostró para seducir gente. A través de su propio convencimiento sobre las ideas que manejaba, podía hacer sentir a muchos de sus interlocutores que estaba hablando acerca de verdades profundas e irrebatibles, aun cuando algunas de ellas carecieran de lógica o de comprobación, por ejemplo sus afirmaciones acerca de seres extraterrestres. En varios de sus múltiples seguidores en Facebook pude notar una confianza que rayaba en la fe. Casi cualquier tema que él exponía era aceptado de manera sumisa por sus seguidores. La segunda fue algo que noté que, por algún motivo, me había pasado desapercibido o simplemente no lo había valorado: su enorme capacidad de trabajo. Pude observar cómo, además de los proyectos en los que estaba comprometido y de los que compartía avances, se daba tiempo para hacer extensos comentarios acerca de diversos temas. Invitaba a sus seguidores a seguirlo en conferencias o charlas, ya sea presenciales o a través del internet. Compartía invitaciones o grabaciones de esas charlas o entrevistas que le hacían en diversos medios. Junto con un grupo de dibujantes que se congregaron a su alrededor y crearon un equipo de trabajo (comandado por Oscar) que asumió por nombre ¡Ka-boom!, ofrecía consejos técnicos a modo de talleres, a los interesados en seguir la senda de la expresión gráfica. Colocaba diversas fotos y comentarios acerca de temas de su vida cotidiana, su esposa, sus padres, sus perros, su casa, su taller, sus películas favoritas, sus preocupaciones ecológicas, sus recomendaciones morales y muchas cosas más. Cualquiera podría pensar que todo eso que compartía era pensado por él pero realizado por un equipo de ayudantes, pero quienes lo conocíamos sabíamos que no era así, que una de sus características siempre fue esa enorme capacidad de producción. Yo lo había olvidado y al reencontrarlo en Facebook lo recordé.
Para terminar este apunte quisiera expresar una reflexión acerca de este personaje singular al que tuve la fortuna de conocer y que influyó en mi vida de diversas maneras. A él, como a cualquier otra persona, se le podrían encontrar defectos y hasta escatimarle logros, pero algo que sería difícil rebatir sería su enorme bondad y su extraordinaria generosidad. Siempre estaba dispuesto a hacer el bien, era una de esas personas que uno nota que quisieran tener mucho más solo para poder dar mucho más. Procuraba siempre expresarse con respeto de todos, aún de aquellos con los que no estaba de acuerdo. Era un amante sincero de la naturaleza y expresaba con total convencimiento su respeto y admiración por todas las formas de vida. Era un hombre espléndido, en el sentido que damos en México a este término, o sea, alguien que no escatimaba ningún esfuerzo o recurso para complacer a quienes estimaba. Muchos años atrás, en una plática casual que yo sostuve con él, le comenté acerca de mi interés por un autor al que había oído mencionar, su nombre era Carlos Castaneda. Él de inmediato me dio referencias pormenorizadas acerca del escritor y de uno de sus libros intitulado Las enseñanzas de Don Juan. Me dijo que me recomendaba mucho esa lectura, que en ella iba yo a encontrar una gran cantidad de conceptos muy interesantes. Dado el caso de que nos encontrábamos en su casa, me pidió que esperara un momento, se levantó y sacó de un librero un ejemplar del libro, el que él había leído. Me dijo: ten llévatelo, te lo regalo. Yo aún le dije que no, que se me hacía muy mala onda que se deshiciera de su libro para dármelo, pero él insistió. Me dijo algo así como: es que esta lectura te está buscando, yo no soy sino el intermediario. Llévatelo por favor. Y ya no me rehusé. Yo sabía que él estaba convencido de lo que me había dicho, pero también sabía que en el fondo de ese acto estaba esa cualidad que siempre lo acompañó, esa generosidad que se le desbordaba, que lo rebasaba, porque era ante todo un hombre espléndido.