La música ha sido muy importante para mí durante gran parte de mi vida. He dedicado horas y horas a escucharla, a tratar de dominar algún instrumento, a entender su lenguaje escrito, a coordinar esfuerzos con otras personas buscando ensamblar nuestras pasiones filarmónicas. He gastado dinero, tiempo y esfuerzo para satisfacer mis ansias, tanto creativas como de degustación. He tomado decisiones cruciales en las que mis actividades referentes a la música han sido el factor determinante. En fin, en muchos sentidos me he movido atraído por la música.
Después de que Bárbara, mi ahora esposa, y yo decidimos unir nuestras vidas, continuamos formando parte de un conjunto con el que amenizábamos fiestas y eventos varios. Esto nos ayudó durante algunos años a satisfacer nuestras necesidades económicas, hasta que llegó un momento en el que ella decidió no continuar más, seguramente cuando resultó embarazada de nuestro hijo Guillermo. Posteriormente, al cabo de unos años más llegó a nuestras vidas nuestra hija Roxana y ese hecho amarró aún más a mi esposa en el hogar y borró cualquier posibilidad de que ella regresara a la vida de conjuntos y eventos. Sin embargo yo me mantuve aún activo durante varios años más. De hecho, tenemos algunas fotografías en las que se puede ver a mi hijo con una guitarrita de juguete parado a mi lado con pose de ejecutante mientras yo estoy tocando la batería en alguna fiesta.
Posteriormente, de una manera casi desapercibida, me fui alejando de la actividad musical en conjuntos hasta que la dejé por completo. Así pasaron varios años en los que de algún modo me resigné a ser un escucha, más que un ejecutor. Por ese mismo tiempo, buscando un sitio más tranquilo para vivir, un lugar en el que nuestros hijos tuvieran una mejor calidad de vida, nos mudamos a la ciudad de Toluca y nuestra buena suerte nos permitió vivir en una bonita casa en la que gozábamos de gran tranquilidad y convivíamos muy armoniosamente. Dicho con otras palabras, había llegado a la edad de la madurez, si no mentalmente, sí en cuanto a mi comportamiento y mis expectativas.
La conexión y la convivencia que logramos como familia eran, sin exagerar, envidiables. Nuestros amigos nos lo decían, admiraban la forma en la que nos desenvolvíamos, siempre de manera armónica, siempre con cariño y respeto. Sin embargo, hacía falta algo que nos permitiera una convivencia más significativa, mi esposa y yo intuíamos que ir al cine, ir al parque a andar en las bicicletas, platicar historias y todo eso que era nuestra vida, pronto comenzaría a ser menos interesante para nuestros hijos, que estaban llegando a la adolescencia.
Una tarde, Bárbara me comentó que le agradaría mucho realizar uno de sus anhelos musicales, que siempre se había sentido atraída por tocar el bajo en un grupo, no ya el piano como siempre lo había hecho, sino ese instrumento que le parecía tan poderoso e independiente. Yo le dije que sentía una inquietud similar. Que me gustaría tocar otra cosa que no fuera la batería, algo como la guitarra, a la cual muy seguido le rascaba las cuerdas sin ningún método y sin ningún objetivo. Y de pronto se nos iluminó la mente casi al unísono y pensamos que sería muy padre armar un conjunto en el que todos seríamos aprendices, todos estaríamos comenzando casi de cero: ella en el bajo, mi hijo Memo en la batería, mi hija Roxana (que era muy pequeña aún, tenía diez años) en la voz y yo en la guitarra. Tocaríamos un repertorio compuesto de canciones sencillas pero de nuestro completo gusto y nos ofreceríamos para ir a tocar a las convivencias familiares y de nuestros amigos. Esto último nos pareció la clave de todo el plan: ir a tocar solo por el gusto de tocar y convivir, sin esperar a cambio otra cosa que el beneplácito de la gente que queremos y nos quiere.
Se los planteamos a nuestros hijos y ellos se mostraron fascinados con la idea. Así que a las pocas semanas ya habíamos reunido los instrumentos necesarios y comenzamos los ensayos.
Inicialmente no sabíamos que nombre adoptar, pasaban muchos por nuestra mente pero ninguno nos parecía el indicado, hasta que en una ocasión a mí se me ocurrió que si íbamos a interpretar una colección de piezas emblemáticas de la historia del rock, nuestro repertorio sería algo similar a una galería en la cual, en lugar de contemplar cuadros y esculturas, se estarían presentando imágenes musicales. Para complementar la idea se me ocurrió que sería muy sutil y simbólico incluir la contracción del nombre de mi hija Roxana, así, el nombre compuesto sería La Galería de Rox. Una galería en la que estaríamos exponiendo piezas de la historia del Rock.
Mientras íbamos incrementando nuestro repertorio, adquiriendo un mayor dominio de nuestros respectivos instrumentos y alcanzando un mejor acoplamiento, mi hijo Memo se interesó por la guitarra y comenzó a practicar ayudándose con tutoriales del internet. Su progreso fue sorprendente, al cabo de unos meses había alcanzado un nivel muy aceptable, de hecho, me había superado. En cuanto yo observé esa situación vi la oportunidad de que nuestro grupo diera un salto: como mi nivel en la batería era mejor que el de mi hijo, propuse un intercambio de instrumentos y el movimiento funcionó muy bien. Al cabo de pocos meses conseguimos una base rítmica más firme y una ejecución melódica más versátil y precisa. La verdad es que sorprendimos a propios y extraños. La formación entonces (que fue la que se mantuvo durante el tiempo que duró la banda) quedó así: mi hija Roxana en la voz y teclados, mi hijo Memo en la guitarra, mi esposa Bárbara en el bajo y yo en la voz y batería. La Galería de Rox.