Siguiendo la huella

Durante algún tiempo de la contingencia generada por la pandemia de COVID 19, he estado practicando el piano. En realidad, he estado jugueteando con un teclado electrónico que usábamos cuando aún estábamos en activo con La Galería de Rox —el grupo de covers de rock clásico que organizamos con mi esposa y mis hijos— para tratar de ampliar un poco mis habilidades musicales en general.

A través de los años he sentido que mi actividad musical en la batería (un instrumento de ritmo y tiempo) no me ha obligado a capacitarme más en aspectos básicos como melodía y armonía. Estoy consciente de que si hubiera tomado esto con mucha mayor seriedad y disciplina hubiera tenido que sumergirme en el mundo de las percusiones, hubiera tenido que dominar la batería mediante la lectura de notación musical, eso además de incluir entre mis compromisos el estudio de instrumentos como el xilófono y las campanas tubulares. Sin embargo no lo hice, de hecho, cuando intenté algo así (cuando contaba con veintitantos años) me planteé la disyuntiva de tomar la música como profesión principal o continuar con mi carrera universitaria de diseño gráfico, me decidí por lo segundo y desde entonces he vivido una especie de matrimonio infiel, estoy comprometido con el diseño pero mis pensamientos e ilusiones no se apartan por completo de la música.

Cada vez que toco este tema con gente de mi confianza digo que me gusta mucho el diseño y, en general, las artes plásticas, pero que me siento mucho más capaz, con más facultades, en el ámbito de la música. Que cuando estoy ante personas muy dotadas para las actividades gráficas me siento cohibido, disminuido e inseguro; en cambio, es muy difícil que me sienta así cuando estoy entre músicos, aún cuando fueran de reconocido prestigio. Con un poco de preparación previa yo me sentiría con el ánimo para tocar casi junto a cualquier músico popular, o sea, siempre que no fuera indispensable leer una partitura.

Este sentimiento es el que me hace dudar cada vez que se me pregunta cuál es mi profesión. Desde que me casé estuve alternando mis actividades profesionales entre la práctica musical con grupos de bailes y centros nocturnos y el ejercicio de mi profesión de diseñador gráfico. A pesar de que ya hace más de quince años que mis ingresos los genero exclusivamente de mi labor como diseñador, sigo dedicando mucho de mi tiempo a divertirme con la música. Hice una banda con mi propia familia;  fui hasta los Estados Unidos para encontrarme con mis amigos del Perro Fantástico, nuestra banda extinta desde hace varias décadas; pagué una buena cantidad (para mis estándares) en la producción de una grabación de canciones compuestas por mí (Con Rumbo a Axtlán) y, ahora, de un par de años para acá, he estado trabajando con unos amigos en una nueva banda a la que bauticé como Vinagre. Esto me exige tiempo, dinero y esfuerzo y, en términos prácticos y materiales no me genera ningún beneficio, sin embargo sigo y sigo adelante. Hace algunos meses me clavé practicando con el saxofón. Mi hija nos pidió que le compráramos uno, pero cuando sintió que le resultaba muy complicado lo abandonó. Yo quise aprovecharlo y me puse a estudiarlo. Al cabo de unas semanas ya había avanzado bastante y sorprendía a propios y extraños con mis interpretaciones, pero, de pronto me cansó, dejo de interesarme y lo dejé. Yo pensé que sería tan solo un paréntesis de pocos días pero ya pasaros cuando menos 15 meses de que no lo he retomado.

De esa manera he estado también haciendo acercamientos al piano. Varias veces he intentado practicarlo de manera sistemática con el fin de alcanzar un buen nivel, pero siempre he terminado por abandonarlo. Nunca he emprendido un esfuerzo serio, inscribirme a una escuela, contratar a un maestro, siempre lo he hecho de manera autodidacta e improvisada y el resultado ha sido que sigo sin avanzar como quisiera.

Así estoy ahora. Una vez más tratando de agarrar vuelo, tratando de dominarlo cuando menos de forma aceptable, pero siento que voy a volver a fracasar porque ya me están dando ganas de reencontrarme con mi batería, con esos viejos y fieles tambores blancos.

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